A poco de aparecer mi nuevo libro sobre López Velarde, mi amigo, el gran actor Arturo Beristain, me expuso sus dudas respecto al significado de una estrofa de uno los poemas más populares del poeta zacatecano. El intento de resolver esas dudas nos condujo a descubrir los malos manejos a que ha sido sometido el poema, y, en última instancia, nos ha permitido restablecer un verso tal como lo escribió el poeta y no como lo han querido el azar y el descuido de algunos de sus editores. Quien propició que ocurriera todo ello, e incluso nos empujó a resolver el asunto con cierta urgencia, fue nuestro amigo común, Juan Villoro. Beristain dirige y actúa Retrato hablado, la pieza teatral escrita por Villoro para evocar la vida y la obra del autor de Zozobra, de quien este año conmemoramos el centenario de su muerte. He aquí lo que escribí para responder a la inquietud planteada por Arturo con el propósito de conseguir la más perfecta interpretación de la obra de Juan.

«El piano de Genoveva» en la edición actual, vigente, de las Obras de López Velarde.

El piano de Genoveva: un nuevo ejemplo de descuido editorial

Para Juan Villoro y Arturo Beristain

El siguiente relato ejemplifica a la perfección el descuido con que ha sido tratada la obra de Ramón López Velarde. Nuestro amigo Arturo Beristain interiorizó de tal modo “El piano de Genoveva”, poema citado en la pieza teatral de Juan Villoro sobre el poeta de Zacatecas que actualmente dirige y actúa, que percibió algo extraño en dos de sus versos, algo que no terminaba de encajar y hacía imposible entender con precisión su significado. Lo explicó al final de una de las primeras representaciones, pero yo no estuve suficientemente atento y no entendí en dónde estaba el problema. La semana pasada me llamó por teléfono: echado a andar el proyecto de publicación de la pieza de Villoro, necesitaba resolver el asunto lo antes posible, por lo que pedía mi ayuda para conseguirlo.

Arturo Beristain, en el papel de Miguel Casasola, en la obra teatral Retrato hablado, de Juan Villoro, dirigida y actuada por él. Foto: Sergio Carreón Ireta CNT/INBAL

Ya que había prisa, le propuse intentarlo en ese momento. Fui por mis ediciones de López Velarde, para ubicar el pasaje y poder darle mi parecer; abriendo y cerrando los libros, con él siempre en la línea, me di cuenta de que mi amigo tenía toda la razón, esto es, que hay algo que no funciona bien en una de las estrofas, la tercera; pero no sólo eso: más adelante en la llamada descubrí que durante casi siete décadas se ha editado y leído defectuosamente un verso de ese poema, uno de los más populares del poeta zacatecano.

Veamos, para empezar, lo que se lee en la primera edición de las Obras de López Velarde publicada por José Luis Martínez en 1971, en donde está lo que despertó la inquietud de mi amigo:

Piano de Genoveva, te amo por indiscreto;
de tu alma a todo el mundo revelas el secreto;
cuentas, uno por uno, todos sus desengaños.

Nótese cómo, en efecto, parecen no estar de acuerdo los adjetivos posesivos de los versos intermedio y último, que he subrayado. Si el poema se refiere a “tu alma”, ¿por qué hablaría a continuación de “sus desengaños”? Los desengaños ¿del piano? ¿De su alma? ¿Del mundo? ¿No estábamos hablando de Genoveva?

El problema advertido por Beristain está en la tercera estrofa de «El piano de Genoveva» (tercera según las ediciones modernas del poema, y segunda en la imagen).

Si el poeta interpela al instrumento, pero refiriéndose casi siempre a la muchacha, ¿qué interés pueden tener su alma y sus desengaños? Y aun si asumiéramos que lo tuvieran, ¿no es extraño que califique “desengaños” con el posesivo “sus”, como hace en la última línea? ¿No tendría que ser, en ese caso, de acuerdo con la segunda persona del verso anterior, “tus desengaños”? Beristain tenía la razón: había algo que no funcionaba en esos versos, lo que descomponía la estrofa.

“El piano de Genoveva” forma parte de los primeros poemas de López Velarde, incorporados al corpus de la poesía velardiana por Antonio Castro Leal en 1953, en edición de Porrúa. Apenas el año anterior, con unos meses de diferencia, Emmanuel Carballo y Elena Molina Ortega lo habían dado a conocer, acompañado de otros poemas que el poeta no recogió en su primer libro, La sangre devota (1916).

Ella y él rescataron el poema de las páginas de Pluma y lápiz, revista del periódico tapatío El Regional, donde fue publicado por vez primera el 29 de enero de 1912 (RLV. Poesías, cartas, documentos e iconografía se llama el libro de ella; el de él, RLV en Guadalajara).

Portada del número de la revista Pluma y lápiz donde apareció por vez primera «El piano de Genoveva». Imagen: Fondos Históricos de la Biblioteca Pública del Estado de Jalisco Juan José Arreola, de la ciudad de Guadalajara (publicaciones seriadas).

Lo primero que hice, por esa razón, fue acudir a sus respectivas ediciones, ambas de 1952, y lo que encontré y comuniqué de inmediato a mi amigo, quien me oía trabajar del otro lado de la línea, abriendo y cerrando libros, pasando páginas, leyendo versos entre dientes, le sorprendió tanto como a mí: tanto Carballo como Molina Ortega reprodujeron la estrofa del poema leído en la revista de Guadalajara con el problema detectado por Beristain, pero con una importante diferencia respecto a lo que más tarde halló mi amigo en su edición de Martínez.

Si nos fijamos bien, como hice yo mientras sostenía el aparato telefónico con una mano y el libro con la otra, aunque los adjetivos posesivos sigan siendo “tu” y “sus”, la segunda palabra del verso intermedio ya no es “alma”, como durante setenta años hemos leído, sino “ama”:

Piano de Genoveva, te amo por indiscreto;
de tu ama a todo el mundo revelas el secreto;
cuentas, uno por uno, todos sus desengaños.

Sin embargo, para estar seguros que de que Carballo y Molina Ortega habían transcrito correctamente “El piano de Genoveva”, todavía era necesario verlo en su fuente original, esto es la página donde fue publicado a principios de 1912 en una revista de Guadalajara, sobre todo porque, como hemos señalado una y otra vez, esos primeros poemas, o “primeras poesías” según las bautizó Castro Leal, son tierra insegura, abundante en erratas y errores (algunos de ellos increíbles).

La consulta, me di cuenta, tenía que ser doble. Y es que, a diferencia de lo que hizo en su primera edición de las Obras (1971), José Luis Martínez añadió en la segunda (1990), al calce del poema, los datos de una segunda publicación de “El piano de Genoveva” en vida de López Velarde, un año después de la primera, ahora en la Ciudad de México, esta vez el 27 de enero de 1913 en el periódico La Nación. El nuevo dato, que el editor de nuestro poeta tomó de Ramón López Velarde en La Nación, de Luis Mario Schneider (1988), nos obligaba a ver el poema en sus dos apariciones originales.

Primera publicación del poema «El piano de Genoveva». Fue el 29 de enero de 1912, en la revista Pluma y lápiz. Imagen: Fondos Históricos de la Biblioteca Pública del Estado de Jalisco Juan José Arreola, de la ciudad de Guadalajara (publicaciones seriadas).

La consulta en el Departamento de Referencias del Área de Fondos Históricos de la Biblioteca Juan José Arreola de la capital tapatía, para Pluma y lápiz, primero, y después para La Nación en la Sala de Consultas de la Hemeroteca Nacional, resultó positiva: en ambos lugares leemos, en efecto, “ama” en lugar de “alma”.

Segunda publicación de «El piano de Genoveva». Fue en la página literaria del diario La Nación, el 27 de enero de 1913. Imagen: Fondo Reservado de la Hemeroteca Nacional de México.

Corregida la errata, el verso funciona perfectamente con los posesivos tal y como parecían estar mal: el piano de Genoveva revela al mundo el secreto de su dueña, su “ama”; y uno a uno, el instrumento va contando los desengaños de ella.

* * *

¿Quién introdujo la errata? Parece seguro que hayan sido Castro Leal y sus editores de Porrúa. No es la primera vez que detectamos problemas en esa edición, y no será la última: aunque ha sido exitosísima y sigue hoy mismo a la venta (tapas duras, 60 pesos, menos descuento), tiene algunos errores imperdonables que han persistido a pesar de haber sido señalados una y otra vez, como la ínclita “carretera alegórica de paja” comentada por nosotros en diversos lugares (Ni sombra de disturbio, págs. 62-63 y La majestad de lo mínimo, págs. 149-150). (1)

Por desgracia, el extraño destino editorial de “El piano de Genoveva” no termina ahí. Si bien queda explicada la razón del problema de falta de concordancia adjetival de la tercera estrofa presente en la edición con la que trabajó Beristain, e incluso ha sido aclarada la naturaleza y el origen de la errata, falta reseñar dos asuntos más. El primero no tiene que ver propiamente con el texto del poema, sino con su datación (o mejor dicho, con lo que viene con ella), y a eso dedicaremos un artículo independiente en el que ya nos embarcamos. Y es que, a la información que ofrece Carballo, quien se atribuye la primicia de haberlo rescatado (lo dio a conocer dos años antes de la salida de su libro, en la revista Ariel, número 7-8, de mayo-junio, 1950), Elena Molina Ortega añade un dato más, para mí desconcertante: “el original manuscrito tiene la siguiente fecha: 27-XII-1908”.

¿De dónde sacó esa información? De ser cierta, ¿cuándo y en qué lugar conoció el manuscrito, que nosotros nunca hemos visto? Si López Velarde tenía escrito el poema en 1908, ¿por qué tardó más de tres años en darlo a conocer? Y si tanto le gustaba, al grado de que luego lo publicó en 1912 y en 1913, ¿por qué no lo consideró en la versión de La sangre devota que tenía preparada para la imprenta en 1910? Y si después lo publicó dos veces en un año, ¿por qué volvió a dejarlo fuera en 1916, ahora definitivamente, en la versión impresa de ese libro? Como se ve, el dato aportado por Molina Ortega plantea algunas interrogantes que intentaremos responder en un nuevo artículo.

El otro asunto tiene que ver con esa fatalidad del mundo editorial que hace que un error arrastre otros, y así sucesivamente, tal como ocurrió con el verso final de “La suave Patria” y su primer traslado al inglés, donde “la carretera alegórica de paja” terminó traduciéndose como “the allegorical highway of straw”. José Luis Martínez tomó “El piano de Genoveva” de la edición de Castro Leal sin cotejarlo con las ediciones de sus antecesores ni leerlo con el cuidado necesario (de otro modo, no hubiera pasado a oscuras por el problema advertido por Beristain). Eso ocurrió en su primera edición; en la segunda sucedió algo peor, si bien esta vez Martínez  pueda parecernos menos culpable que quien cuidó el libro, uno de esos correctores de editorial que son, muchos de ellos, siento decirlo, la peste del oficio.

El empleado del Fondo de Cultura Económica responsable de trasladar la primera edición a la segunda se dio cuenta, él sí, de la falta de concordancia en los adjetivos posesivos. ¿Qué fue lo que hizo? Sin ninguna autoridad para tomar esa decisión, sin anotar el cambio y acaso ni decírselo a nadie, simplemente modificó el segundo adjetivo para que estuviera de acuerdo con el primero. Con la arrogancia característica de sus congéneres, debe de haber quedado satisfecho plenamente, convencido de haber puesto orden donde reinaba el caos, orgulloso de su aporte a la poesía nacional. Si podemos suponer que no lo comentó con Martínez, mucho menos acudió a ninguna fuente, donde el problema se hubiera resuelto en lo que dura una llamada telefónica. Desde entonces, en la edición de las Obras del Fondo de Cultura Económica, la que está en vigencia, la que se consigue actualmente, leemos:

Piano de Genoveva, te amo por indiscreto;
de tu alma a todo el mundo revelas el secreto;
cuentas, uno por uno, todos tus desengaños. (2)

Arturo Beristain, en la obra teatral Retrato hablado, de Juan Villoro, dirigida y actuada por él. Foto: Sergio Carreón Ireta CNT/INBAL

Menos mal que Arturo Beristain, experimentado hombre de teatro, lector perspicaz, propietario de una magnífica biblioteca ordenada celosamente en donde hay una respetable sección dedicada a López Velarde, contaba con una edición desprendida de la primera de Martínez. Si hubiera tenido que prepararse para dirigir y actuar la obra de Villoro en un ejemplar de la segunda, ahora mismo, y quién sabe durante cuánto tiempo, seguiríamos leyendo defectuosamente “El piano de Genoveva”.

Notas

(1) Otra cosa es, por cierto, el origen del error en la división estrófica, respecto a la cual ha reinado el capricho, y ha sido así desde las transcripciones de Molina Ortega y Carballo. Para un análisis detallado de la desventura editorial del poema y las soluciones para una versión definitiva, tendremos que esperar a que se publique el texto “El piano de Genoveva” de Carlos Ulises Mata (octubre de 2021).

 (2) En 1991, Eugenia León grabó una versión musicalizada del poema, obra de David Haro. Como trabajaron con la segunda edición de Martínez, al llegar a la tercera estrofa, ella terminó cantando lo que quisieron Castro Leal, sus editores de Porrúa y el corrector de la segunda edición del Fondo, y no lo que escribió Ramón. Al compositor y la cantante debemos el que se haya popularizado la errata.

7 comentarios en “El piano de Genoveva: un nuevo ejemplo de descuido editorial

    1. Pues la mejor es la que deberíamos hacer ahora, con todo lo que sabemos, y con nuevos criterios. De momento, tenemos que conformarnos con lo que tenemos: la edición de Martínez del FCE… para la mayor parte de la obra. Para los poemas, en prosa y en verso, Obra poética de RLV, de Alfonso García Morales (UNAM, 2016). Muchas gracias por escribir y un saludo cordial.

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  1. El descubrimiento es muy importante, se establece la versión original de «El piano de Genoveva».
    En 2008 o 2009 en la clausura de una exposición de Juan Manuel de la Rosa en el Museo Francisco Cossío de San Luis Potosí, Beristain hizo una lectura dramatizada de poemas de RLV, así que me consta su interés por el tema.
    Siento que el dato de Elena Molina respecto a la fecha del poema es creíble, si el padre del poeta murió en noviembre, a eso alude en «Me pareces, oh piano, con tu voz lastimera / una caja de lágrimas, y tu oscura madera / me evoca la visita del primer ataúd / que recibí en mi casa en plena juventud». Por más negro que sea un piano, resulta difícil asociarlo con un ataúd, salvo en una situación anímica como un duelo muy reciente, pero «en plena juventud» sugiere distancia cronológica. ¿Tal ves Molina Ortega tuvo a la vista una lección anterior del texto.
    Bueno, gracias por tu aportación, tu amigo como siempre, Armando Adame

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    1. Así es, querido Armando. López Velarde intercambia comentarios sobre el poema con Correa. Sin duda Elena Molina Ortega vio un manuscrito en el mismo lugar donde vio otros… (e incluso reprodujo alguno que no está en ningún otro sitio, en su edición de 1952). Lo más desconcertante es este amor y odio (o aceptación y rechazo) que aparentemente sintió Ramón por el poema. Pero bueno, habrá que darle su propio espacio a esa reflexión. Gracias por el comentario y un abrazo siempre lleno de afecto.

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      1. Muy interesante, oportuno y revelador hallazgo. Sólo tengo una crítica a su artículo. Referirse a los correctores editoriales como «la peste del oficio», así haga la acotación «muchos de ellos», me parece agresivo y arrogante en extremo. Ciertamente el error en este caso es imperdonable, aunque desconocemos las circunstancias en que se dio, pero es probable que esa misma persona haya salvado a otros autores de diversas pifias. Lo sé por experiencia, soy correctora, y vaya que cometen errores los autores. Claro, los principios básicos del oficio nos obligan a consultar con ellos, eso es regla de oro, pero si no existieran esos que llama «la peste del oficio», quién sabe cómo andaría la reputación de algunos autores hoy consagrados. Saludos cordiales.

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      2. Muchas gracias por su comentario. Bien sé que hay buenos correctores, y es una bendición que existan. Suelen ser personas discretas, cuyo trabajo suele no notarse. Pienso que sólo debería ser corrector quien previamente ha sufrido el trabajo de un corrector de esos sabihondos y arrogantes de que están llenos las editoriales, y de los cuales yo he conocido a tantos. Creo que, una vez recibido su trato, aprenderían a ser mejores correctores. Nuevamente gracias por escribir. Un abrazo cordial.

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