
Murió en enero de 1999, esto es hace ya un cuarto de siglo, razón por la cual ha sido especialmente agradable volver a encontrarme con Luis Mario Schneider. Ocurrió gracias al hallazgo de un libro suyo que yo no conocía, Todo Valle-Inclán en México (UNAM, 1992), en cuyas páginas ha vuelto a parecerme tan inteligente y vital como siempre fue a mis ojos. En este trabajo de investigación literaria, nuevo para mí, mi viejo amigo y primer editor incluye cuanto consiguió reunir sobre las dos visitas a nuestro país del inmenso escritor gallego, la primera en 1892-1893 y en 1921 la segunda. El libro confirma que, a veinticinco años de la desaparición física del investigador argentino que hizo todo su trabajo en México, su voz se mantiene fresca y sus estudios no han perdido interés.

A los relatos, artículos, textos memoriosos y poemas que escribió o publicó Valle-Inclán en Veracruz y la Ciudad de México, Schneider añade los materiales periodísticos, fotográficos y críticos que es necesario tener en cuenta para conocer a profundidad el modo en que transcurrieron las dos estancias mexicanas del autor de Sonata de estío, sin dejar fuera una reproducción fotográfica de las cartas intercambiadas con Alfonso Reyes y Genaro Estrada ni las caricaturas que de su persona se publicaron en la prensa de la época (las muchas que provocaba por donde asomara su singular figura).

El libro ocupa un lugar destacado en la bibliografía especializada en el gran poeta, dramaturgo y novelista español del siglo XX, sobre quien no ha dejado de escribirse, y cuyo lugar en la literatura, cuando han transcurrido casi noventa años de su fallecimiento, no deja de hacerse más grande. Su título, de hecho, fue calcado hace tres lustros por Margarita Santos Zas, una de las principales autoridades contemporáneas sobre su vida y su obra, para dar nombre a la totalidad de lo que ella consiguió reunir sobre la estancia del autor de El ruedo ibérico en la capital italiana, en las postrimerías de su vida: Todo Valle-Inclán en Roma (Universidad de Santiago de Compostela, 2010) (¿será que el título evoca otro más, calcado por Schneider?)

Al menos un par de cosas me hubiera gustado comentarle a Luis Mario, apenas recibido y hojeado su libro y a la espera de ampliar comentarios e impresiones una vez inspeccionado como se debe (y antoja). Me conformo con poner por escrito la primera, porque, estudiosos como somos los dos de López Velarde, creo que le habría parecido tan graciosa como me lo ha parecido a mí.

Se refiere mi amigo a la atmósfera que fue imponiéndose durante la estancia de Valle-Inclán en 1921, cuando, a diferencia de lo ocurrido durante la primera, sus relaciones con la comunidad de españoles de México se enfriaron primero y luego terminaron por agriarse irremediablemente. Fue a partir de que Valle-Inclán mostrara su apoyo a las políticas agrarias del gobierno de la Revolución, lesivas para los grandes propietarios entre quienes no eran escasos los españoles. Schneider ofrece como prueba de lo que estaba en el aire un gracioso soneto que da como anónimo (página 19), y que sin duda ninguna es obra de Alfonso Camín.

Ya me referí con la calma que merece a este poeta y editor asturiano que vivió en tierras mexicanas, donde hizo amistad con López Velarde, quien mostró la simpatía que le inspiraba el estrambótico personaje a través de una caricatura en forma de poema (“Aguafuerte”; suele reproducirse antecediendo a “La suave Patria”). Camín es el tema de uno de los cinco ensayos que conforman mi libro Ni sombra de disturbio (Auieo-Conaculta, 2014). Conté ya en ese lugar que el asturiano, laborioso siempre, siempre en busca de medios de subsistencia, no sólo editaba revistas para la comunidad española en el país (como Castillos y Leones, aparecida entre 1920 y 1922, la publicación donde Luis Mario halló el soneto), sino incluso puso con frecuencia su péñola de poeta al servicio publicitario de los negocios de sus paisanos en México.

El soneto al que se refiere Luis Mario parte de una imaginería cercana al primer López Velarde, un romanticismo trasnochado al que el zacatecano no tardó en renunciar. Se pregunta el poeta anónimo, que no es otro que Camín, a quién ama, qué sueña, dónde posa sus pensamientos y emociones una bella muchacha enamorada que mira a lo lejos, con gesto melancólico, apoyada en el pretil de un balcón, y se cuestiona si no será en Valle-Inclán, el poeta de melena rizada y figura novelesca, que está “en gresca / con los terratenientes”. A diferencia del modo que se esperaría de un poema planteado en esos términos, el asturiano rompe violentamente el ensueño para lanzar un anuncio publicitario de la tienda de ropa de unos hermanos Migoya, ubicada en la vieja calle de Capuchinas de la Ciudad de México (hoy Venustiano Carranza, si no me equivoco), llamada “La Alfonsina”…

En un momento especialmente comprometido, el final del primer terceto, Camín, que ha debido moldear los dos cuartetos y se prepara para soltar los tres versos finales, se ve en un aprieto y no encuentra mejor remedio para librarlo que añadir una sola palabra, “Colombina”, la cual resuelve formalmente el poema proporcionándole el elemento necesario para la rima con el nombre de la tienda, y añade de paso una pincelada final al retrato de la muchacha. Es como se llama, ya se sabe, uno de los personajes más conocidos de la italiana Commedia dell’Arte. Su mención nos hace pensar que la mujer a la que imagina Camín como enamorada, no de la singular figura de Valle-Inclán de paso por México, sino de los géneros recién llegados a La Alfonsina, es una empleada, una muchacha de servicio, como lo es el personaje que excitaba las imaginaciones del simbolista Verlaine, sumo pontífice del tipo de poesía practicada por Camín. La solución resulta al mismo tiempo torpe y graciosa. Me distraigo un momento de las páginas del libro de Luis Mario Schneider para consignar el soneto en este blog, y me devuelvo sin más pérdida de tiempo a su sabrosa lectura.
La enamorada
¿Con qué sueña la bella enamorada,
fijos los ojos en la lejanía,
en el balcón romántico apoyada
bajo su manto de melancolía?
¿Pensará en el poeta de rizada
melena, en la gallarda galanía
del caballero que quebró su espada
por no herir el galán a quien quería?
¿Pensará en la figura romanesca
de don Ramón del Valle-Inclán, en gresca
con los terratenientes? Colombina.
No fija su pasión en estas cosas,
sino en comprar las telas más hermosas
que acaban de llegar a LA ALFONSINA.