
Una cierta sequedad de expresión; el lenguaje, algo cortado; algunos sustantivos clave, mayormente sin adjetivar. El poeta, con verdadera pericia, acude a esos recursos para incitar a nuestra imaginación a llenar los huecos, responder las preguntas, explicar los silencios provocados por el laconismo deliberado. Y es que el niño ha aprendido los nombres de las cosas, pero todavía no es capaz de dar explicación a lo que ve y siente, y por lo tanto no puede aún ubicarlas en un orbe más amplio. No sabe todavía cómo interpretar la realidad que se despliega ante sus ojos, qué hacer con su materia escurridiza y enigmática, de qué modo traducir con precisión lo que adivina ya. La razón con que justifica su interés en saber lo que hizo a Epifania “el hombre”, esto es, el que su cuarto “estaba vacío / como una caja sin sorpresas”, es un buen ejemplo del engranaje mental del niño creado por Novo, que tiene similitud con el modo en que procede el poeta. Una cosa no conduce necesariamente a la otra, o no de manera lógica, pese a lo cual se engranan produciendo en nosotros una pequeña epifanía. La aparente sencillez del poema se mantiene hasta el último verso, donde la oposición de la calle y el jardín, y la irrupción de una sobre el otro, amalgamados en una imagen perfecta, llevan la belleza y el misterio a su máxima expresión.
Epifania
Salvador Novo
Un domingo
Epifania no volvió más a la casa.
Yo sorprendí conversaciones
en que contaban que un hombre se la había robado
y luego, interrogando a las criadas,
averigüé que se la había llevado a un cuarto.
No supe nunca dónde estaba ese cuarto
pero lo imaginé, frío, sin muebles,
con el piso de tierra húmeda
y una sola puerta a la calle.
Cuando yo pensaba en ese cuarto
no veía a nadie en él.
Epifania volvió una tarde
y yo la perseguí por el jardín
rogándole que me dijera qué le había hecho el hombre
porque mi cuarto estaba vacío
como una caja sin sorpresas.
Epifania reía y corría
y al fin abrió la puerta
y dejó que la calle entrara en el jardín.