El poema cierra el libro El mar del otro lado, de Vicente Quirarte (México, 1954), aparecido en 2007 bajo el sello de Monte Carmelo Ediciones, la editorial de nuestro amigo, el poeta tabasqueño Chico Magaña. Se titula XIV, por ser el décimo cuarto de ese volumen. A la publicación del poema, sigue un comentario que puede leerse haciendo click aquí.

XIV
A Gilberto Bribiesca
Mamá:
Están a punto de fusilar a Melchor Ocampo.
El aire se ha transformado en muro de cemento.
Antes de que suceda,
he salido a mirar los aviones
y a viajar en tus ojos. /
Ya llegan por Ocampo a su hacienda Pomoca,
hermana de su nombre,
ya lo dejan escribir unas cartas,
aquélla, sobre todo,
en que cede sus libros al Colegio
de San Nicolás Hidalgo
y pide que sus amigos predilectos
antes elijan los que más les gusten. /
Todo esto lo leo en una obra
que fue propiedad de tu marido.
Tiene sus subrayados y también tus vigilias.
Comprar ese libro, encuadernarlo,
te robaba el sueño pero nunca los sueños.
Mayora de la casa,
mirabas entrar libros y libros.
Unos llegaban heroicos y maltrechos
como el ejército liberal,
templados a fuerza de derrotas
y había que alimentarlos y arroparlos.
Quererlos como a hijos andrajosos
porque chinaco, el guerrillero del pueblo,
viene de la voz tzinácatl
y tú, aunque no lo supieras,
y a veces maldijeras su llegada,
los cuidabas
como si fueran también nuestros hermanos. /
Es de Ocampo la frase:
«Me quiebro pero no me doblo».
Papá la repetía. Y tú la practicabas.
Hoy Ocampo se llama calle,
nos dice biblioteca, libertad, soberanía,
permite que respirar sea un orgullo
y la patria nos duela como carne. /
Directa y a los ojos me llega aquella carta
de José María Arteaga,
ese generalazo igualmente michoacano
que atrevió el diminutivo
y se dirigió a su madre como yo te hablo a ti,
aunque no lo parezca, en tercera persona:
«Mamá. Me van a fusilar.
Perdóneme por haber dedicado
mi vida al ejercicio de las armas
que tantas mortificaciones le ha causado.
No tengo para dejarle
sino un nombre sin mancha.» /
Mamá:
Ya casi fusilan a Melchor Ocampo.
Y tú que ya no estás
para mover, resignada, la cabeza
cuando a algunos varones de tu casa
se les quiebra la voz ante tan poca cosa.
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