El pasado sábado 15 de febrero participé en el maratón radiofónico con que Horizonte Jazz FM, la emisora del Instituto Mexicano de la Radio que tan generosamente ha alojado mi programa durante los últimos tres lustros, celebró sus primeros 25 años al aire. La idea era que mi colega Óscar Sarquiz y yo dedicáramos un segmento de una hora a hablar de las relaciones entre el jazz y la literatura.

En la imagen, mi colega Óscar Sarquiz y yo durante la transmisión en vivo llevada a cabo para celebrar el primer cuarto de siglo de Horizonte Jazz FM. Foto: Gerardo P. Bahena.

Sarquiz, experimentado periodista y locutor experto en asuntos musicales, propuso que dividiéramos la hora en cuatro partes con un tema definido para cada una de ellas, y eligió los materiales que se escucharían a lo largo de los 60 minutos: piezas de Charlie Parker y Oscar Peterson, David Bowie y Bruce Springsteen, Talking Heads y Bob Dylan, todas relacionadas con la literatura. Entre la primera y la segunda, intercaló un audio de Jack Kerouac hablando sobre Charlie Parker.


Imagen captada en una pausa entre dos bloques al aire durante nuestra participación en maratón de aniversario de Horizonte Jazz FM. Foto: Gerardo P. Bahena

Por mi parte, después de reflexionarlo, me pareció que lo más indicado era dar voz a Julio Cortázar, el escritor latinoamericano que mejor y con más belleza y más constantemente dio lugar a esa forma musical en sus libros. Copio los pasajes suyos que, alternándolos con las intervenciones de mi colega, leí al aire: un fragmento de su novela más famosa y algunas declaraciones de tema jazzístico que entresaco de un par de volúmenes de conversaciones que forman parte de mi biblioteca. Aprovecho para felicitar nuevamente a la estación y todos los que la hacen posible.

Julio Cortázar, como lo vio el mexicano César Vera en París. La foto aparece en las páginas dedicadas al fotógrafo en el libro Viceversa, la historia de la revista contada por sus fotos (Cataria, 2024).

[El jazz]…es la lluvia y el pan y la sal, algo absolutamente indiferente a los ritos nacionales, a las tradiciones inviolables, al idioma y al folklore: una nube sin fronteras, un espía del aire y del agua, una forma arquetípica, algo de antes, de abajo, que reconcilia mexicanos con noruegos y rusos y españoles, los reincorpora al oscuro fuego central olvidado, torpe y mal y precariamente los devuelve a un origen traicionado, les señala que quizá había otros caminos y que el que tomaron no era el único y no era el mejor, o que quizá había otros caminos y que el que tomaron era el mejor, pero que quizá había otros caminos dulces de caminar y que no los tomaron, o los tomaron a medias, y que un hombre es siempre más que un hombre y siempre menos que un hombre, más que un hombre porque encierra eso que el jazz alude y soslaya y hasta anticipa, y menos que un hombre porque de esa libertad ha hecho un juego estético o moral, un tablero de ajedrez donde se reserva ser el alfil o el caballo, una definición de libertad que se enseña en las escuelas, precisamente en las escuelas donde jamás se ha enseñado y jamás se enseñará a los niños el primer compás de un ragtime y la primera frase de un blues, etcétera, etcétera. (De Rayuela, cap. 17)

Tomado de Cortázar de la A a la Z. Un álbum biográfico. Edición de Aurora Bernárdez y Carles Álvarez Garriga. Alfaguara, 2014.

—¿Dónde está la importancia del jazz? 

—Creo que en la manera en que puede salirse de sí mismo, no dejando nunca de seguir siendo jazz. Como un árbol que abre sus ramas a derecha, a izquierda, hacia arriba, hacia abajo…, permitiendo todos los estilos, ofreciendo todas las posibilidades, cada uno buscando su vía. Desde ese punto de vista está probada la riqueza infinita del jazz; la riqueza de creación espontánea, total. Pero además, cuando comencé a escuchar jazz, descubrí algo que desconocía porque yo no era nada fuerte en teoría musical, y es que, a diferencia de la música llamada clásica —expresión que detesto sin poder encontrar un equivalente— donde hay una partitura y un ejecutante que la interpreta con más o menos talento, en el jazz, sobre un bosquejo, un tema o algunos acordes fundamentales, cada músico crea su obra, es decir, que no hay un intermediario, no existe la mediación de un intérprete. Me dije —y no sé si eso ya está dicho— que el jazz es la sola música entre todas las músicas —con la de la India— que corresponde a esa gran ambición del surrealismo en literatura, es decir, a la escritura automática, la inspiración total, que en el jazz corresponde a la improvisación, una creación que no está sometida a un discurso lógico y preestablecido, sino que nace de las profundidades, y eso, creo, permite ese paralelo entre el surrealismo y el jazz. Como estuve muy marcado por el surrealismo en mi juventud y eso coincidió con mi descubrimiento del jazz, siempre fue natural para mí esa relación. 

—Un día leyendo un número de la revista francesa Jazz Hot supe de su muerte y de su biografía [está hablando de Charlie Parker], me encontré con un hombre angustiado a todo lo largo de su vida, no solamente por los problemas materiales —como el de la droga— sino por lo que yo, de alguna manera, había sentido en su música: un deseo de romper las barreras como si buscara otra cosa, pasar al «otro lado» y me dije: «éste, él es mi personaje». No podía utilizar su nombre; no tenía derecho; hice simplemente una guiñada a los lectores, en la dedicatoria. Cambié su nombre pero una buena parte de las anécdotas que vive Johnny Carter le ocurrieron verdaderamente a Charlie: la historia del «Café de Flore» cuando se arrodilla delante de la mesa; el hecho de que incendie el hotel donde vivía, aunque haya ocurrido en New York y no en París. Tomé, por lo tanto, los datos biográficos y los ubiqué en París porque la conocía mejor que a New York y conseguí poner a andar mi relato. 

—La gran maravilla del jazz es que nace de una noción libertad; no de sujeción, como el tango. Por eso el camino del jazz es infinitamente más rico y más variado y sigue sin agotarse hasta este mismo minuto en que estamos hablando.

Tomado de Conversaciones con Cortázar, de Ernesto González Bermejo, Editorial Hermes, México, 1978.

—El realismo mágico para mí es un brazo del surrealismo, no me gusta usar la palabra telúrico, pero es “un surrealismo de Latinoamérica”. Es de Latinoamérica como el simbolismo y parnasianismo sintéticamente fundidos con otras corrientes en el modernismo de Latinoamérica. 

 —¿Dirías que el jazz ha influido en tu vida y obra?

—Sí, muchísimo. El jazz me enseñó cierta sensibilidad de “swing”, de ritmo en mi estilo de escribir. Para mí las frases tienen un “swing” como lo tienen los finales de mis cuentos, un ritmo que es absolutamente necesario para entender el significado del cuento. Por eso me preocupan siempre las traducciones de mis cuentos porque a veces el traductor sabe traducir muy bien el contenido, pero tiene poca sensibilidad ante el ritmo del español y divide una frase en dos cuando no debe haberlo hecho porque el ritmo prolongado intencionalmente habría llevado al lector al compás de su “swing”.

 —A veces parece que valoras al jazz como medio expresivo más eficaz que las palabras. 

—Creo que, frente a ciertas situaciones anímicas personales, la música es el único vehículo adecuado, las palabras son inútiles. 

—Muchas veces yo sentía que, si fuera músico, al escribir ciertos pasajes de mis libros, me sentaría al piano o agarraría el saxo para tocarlo, tocar lo que tenía que decir.

Tomado de Cortázar por Cortázar, de Evelyn Picón Garfield, Editorial de la Universidad Veracruzana, Xalapa, 1981.

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