Ha sido una singular experiencia reconocer a Eduardo Lizalde en una fotografía en la que se le da como persona no identificada en uno de los estupendos escaparates de que consta la exposición del archivo de Rosario Castellanos en el Antiguo Colegio de San Ildefonso. Si el principal acontecimiento literario del año pasado fue, desde mi punto de vista, la aparición de los tres primeros tomos de los diarios de Alejandro Rossi, el de 2025 ha sido, a no dudarlo, esta muestra, que merece ser visitada con todo detenimiento.

Los materiales que durmieron durante varias decenas de años en unas cajas en posesión de su hijo Gabriel han resultado, como no podía ser de otro modo, tratándose del archivo personal de la poeta, colmados de tesoros: fotografías, cartas, credenciales, manuscritos y cuadernos de escritura, entre otros papeles. Algunos detalles museográficos me parecen especialmente afortunados, como el buen tino para escoger las fotos que fueron ampliadas, y especialmente las excelentes citas poéticas reproducidas en los muros, que dan cuenta de lo poco y mal que hemos leído a la poeta chiapaneca.

Como no puede ser de otro modo cuando se siente auténtico interés, tengo una cierta opinión crítica que no renuncio a poner por escrito una vez que visite nuevamente la muestra, como quiero y pretendo, pero será siempre de menor importancia en comparación con las virtudes que encuentro en el modo en que la Dirección de Literatura de la Universidad Nacional Autónoma de México y el Antiguo Colegio de San Ildefonso han trabajado y expuesto las fotos, los papeles, los libros y los objetos que la conforman. Más allá de las razones literarias (suficientes en sí mismas), se trata de la recuperación de una figura y una obra trascendentales para conocer, por lo menos tanto como la época en que vivió Rosarios Castellanos, el espíritu de nuestro tiempo, las ideas y las aspiraciones de los días que corren.

Espero, como digo, volver muy pronto a ver nuevamente y con mayor detenimiento la exposición, pero me adelanto a publicar esta nota para celebrar el insospechado encuentro que me deparó con uno de los escritores mexicanos que más quiero y admiro. En la fotografía a la que deseo referirme, que se da como si hubiera sido captada durante un “examen de grado”, puede reconocerse, en el orden acostumbrado, a Ricardo Guerra, Juan García Ponce y Rosario Castellanos. A la derecha de la imagen, de perfil, mirando hacia los otros, aparece una persona de la cual se dice que no ha sido identificada, y que, desde el primer momento, me pareció que no podía ser otro que el poeta Eduardo Lizalde.

Cuando compartí la foto (obra, por cierto, de Ricardo Salazar), con mis amigos Luis Vicente de Aguinaga y Carlos Ulises Mata, dos notables conocedores de la vida y la obra de Lizalde, con la idea de contrastar con ellos mi hipótesis, ambos aceptaron el gran parecido con la imagen que tenemos del poeta. Carlos Ulises propuso que la clave de la identificación fuera el lunar visible en la mejilla izquierda del personaje aún sin reconocer.

Orientado por su consejo, acudí a las únicas dos fotografías de juventud de Lizalde que hay en mi biblioteca, que forman parte respectivamente de las iconografías de José Revueltas y de Efraín Huerta publicadas por el Fondo de Cultura Económica en tiempos más felices. Fue satisfactorio descubrir, en ambas fotos, en la mejilla izquierda del poeta, no un lunar, sino dos, los mismos que, si afinamos la mirada, están también en la foto que forma parte de la muestra dedicada a Rosario Castellanos. 

A la izquierda, José Revueltas; a la derecha, Lizalde. La foto fue tomada durante «una reunión de discusión teórica en el domicilio de Julio Pliego, hacia 1960», como dice el pie del foto de la imagen reproducida en la Iconografía de Revueltas, publicada por el FCE.
Lizalde, en un momento de la famosa lectura poética en el Palacio de Minería ocurrida el 9 de octubre de 1977, en la que participaron asimismo Bonifaz Nuño, Ulalume González de León, Octavio Paz, Tomás Segovia y Efraín Huerta, entre otros. La foto, obra de Xavier Quirarte, aparece en la Iconografía dedicada al último de los poetas mencionados, publicada por el FCE.

Desde luego que las fotos del archivo expuesto en San Ildefonso invitan a un trabajo profundo que establezca no sólo identidades, sino asimismo fechas, lugares, ocasiones, empezando por la imagen que llamó mi atención. ¿Qué hacían Lizalde y García Ponce ese día en la Facultad (si es que están en la Facultad, desde luego), en compañía de Rosario Castellanos y Ricardo Guerra? Están en un examen de grado, como dice el pie de foto, ¿de qué, de quién? Las respuestas a esas preguntas marcan el camino que deberán recorrer los estudiosos a partir del material iconográfico para sacar de él todo lo que todavía va a decirnos.

Foto: Abril Cabrera. Secretaría de Cultura.
Fuente: Wikimedia Commons. Tomada de la página en línea de la revista Letras Libres.

Una vez establecida la identificación con seguridad suficiente, sugerí a la poeta Julia Santibáñez, directora de Literatura de la UNAM y co-curadora de la muestra, que se termine de confirmar la identidad, y se agregue, en el caso de que sus conclusiones sean las mismas que las mías, el nombre de Eduardo Lizalde a la ficha que acompaña la foto. Publico las imágenes que circulé entre mis amigos y envié a Julia para sostener mi propuesta, y aprovecho para extender la más entusiasta invitación a conocer el archivo personal de una de las autoras más atractivas de la literatura mexicana del siglo pasado.

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