
Aunque nunca he estado en Plainpalais, la tumba de Borges ha sido tema al menos de una entrada anterior de este cuaderno en línea. Fue cuando publiqué las fotos que hizo mi amigo Sergio Vela al visitar el cementerio ginebrino en diciembre de 1986, por los días en que nuestra admiración por el gran escritor era un preciado botín felizmente compartido. Estaba tan reciente la muerte de Borges, que la tumba no tenía lápida aún.


He dedicado tantas entradas de Siglo en la brisa a los más diversos asuntos relacionados con Borges, a quien leí intensa y apasionadamente a lo largo de la juventud, que darían ya para un pequeño librito: sobre su descubrimiento de la poesía, relatado por él mismo; sobre la foto que le hizo Rogelio Cuéllar en los baños de San Ildefonso; sobre el día en que lo vi en persona; sobre la famosa y casi nunca bien contada anécdota acerca del prestigio del sistema decimal; sobre el inmenso gomero que está a unos metros del edificio donde vivía; sobre las dos primeras ediciones de su libro La cifra; sobre la primera visita que hice a Buenos Aires, en 1999, año de su centenario natal, ocasión en que entrevisté a María Kodama, María Esther Vázquez, Ricardo Piglia y César Aira…
Esta vez quien ha visitado Plainpalais ha sido Chicu, acompañada de una de sus hijas y un par de amigas, todas las cuales viven actualmente en Europa. Pensando en mi afición a Borges, ella, ayudada por sus compañeras de viaje, hizo las fotos y los videos que incluyo en este post.


De ese modo, aun a pesar de no conocer en persona el lugar donde reposan los restos del admirado poeta, puedo darme una idea bastante precisa de cómo es la experiencia de haber estado alguna vez allí.
(Las fotografías y videos que forman parte de este post fueron hechos el domingo 6 de agosto de 2023.)
