Describió su olor y su sabor como repugnantes, cuando lo probó por vez primera, apenas desembarcada en el país. Uno año y medio más tarde, cuando asomaba en el horizonte su partida de México, declaró que ya no podía siquiera concebir la idea de vivir sin él. El cambio de opinión de Frances Erskine Inglis, Madame Calderón de la Barca (1804-1882), sobre el pulque, tal como puede leerse en las páginas de su maravilloso Life in Mexico, During a Visit of Two Years in That Country, es característico de la inteligencia y la flexibilidad de la talentosa escritora escocesa.

El libro, publicado en 1843 en ediciones sucesivas e inmediatas en Inglaterra y los Estados Unidos gracias al impulso y las gestiones de su amigo, el historiador William H. Prescott, reúne 54 cartas enviadas a su madre y sus hermanas a Boston, donde ellas vivían, entre finales de 1839 y principios de 1842, tiempo durante el cual estuvo en México como esposa del primer ministro plenipotenciario de España en el país después del triunfo de la Independencia.

La condición epistolar del libro nos permite conocer el cambio de su apreciación del país conforme va ocurriendo, y un buen ejemplo de ello es la relación que desarrolló con la bebida sagrada de los antiguos mexicanos, a la que identificó de tal modo con el México políticamente bullicioso que le tocó vivir, que en una ocasión, en carta justamente a Prescott, describió la república ubicada al sur de los Estados Unidos como “el país del pulque y los pronunciamientos”.  

En Puebla, el 24 de diciembre de 1839, a sólo seis días de su desembarco en Veracruz, escribe que en un lugar llamado La Ventilla probó por vez primera algunas frutas tropicales, como la chirimoya y el zapote, y añade estas palabras (todas las referencias son a la edición de Porrúa, versión Sepan cuantos, traducción de Felipe Teixidor):

Fue también en ese lugar donde por vez primera probé el pulque; y desde el primer sorbo deduje que, así como el néctar era la bebida del Olimpo, podríamos conjeturar con justicia que Plutón ha de haber cultivado el maguey en sus dominios. El sabor y el olor, combinados, me cogieron tan de sorpresa, que me temo que mis gestos de horror deben de haber sido cruel ofensa para el digno alcalde, quien le conceptúa como la bebida más deliciosa del mundo, y, de hecho, se dice que cuando se vence la repugnancia al principio, es después muy agradable. La dificultad debe consistir en vencerla (pág. 38). 

La apertura con la que se relaciona con cuanto sale a su encuentro hace que dos meses más tarde, el 25 de febrero de 1840, instalada ya en una casa del barrio de San Fernando de la ciudad de México, al referir su primera su visita al palacio arzobispal de Tacubaya, recoja con interés lo que escucha decir sobre esa bebida, aunque todavía no se atreva a darle una segunda oportunidad. Es la misma carta donde describe las exageradas costumbres de la urbanidad nacional, y menciona al pintor Salvator Rosa y el poeta Lord Byron como los dos artistas que vienen a su mente para ayudarse a entender el extraño país en el que se encuentra. En medio de una rica divagación sobre el maguey y sus riquezas, donde opina que el agave mexicano es “lo que el rengífero [reindeer] para los esquimales, hecho por la naturaleza para aliviarles todas sus penas”, explica Fanny Erskine, quien entre otros detalles ha informado que los antiguos mexicanos lo llamaban octli, la manera en la que se extrae y fermenta el pulque, y añade que “se dice que es la bebida más sana del mundo, y agradable en sumo grado una vez que se ha logrado vencer el disgusto que produce su olor a rancio”.

Dos meses después, el 6 de mayo de 1840, escribe en Santiago (Querétaro), que en un alto de camino a esa ciudad, específicamente en la hacienda de Zoapayuca, “un viejo caserón que se levanta solitario en medio de grandes campos de magueyes”, los recibieron con un excelente almuerzo donde concibió por vez primera, ahora que por fin lo ha probado nuevamente, más fresco, más cerca del lugar de donde se extrae, la posibilidad de que le guste el pulque:

Visitamos los grandes bastimentos donde se le guarda, y nos pareció más bien refrescante, de sabor dulce y con una espuma cremosa, y decididamente mucho menos maloliente que el que se vende en México (pág. 135). 

Dos días después, el 8 de mayo de 1840, en carta firmada en Tulancingo que dedica a reseñar los principales platillos de la cocina mexicana, cuenta que las tortillas y el pulque “se consideran como plebeyos, aunque de vez en cuando figuran en la mesa de las mejores casas chapadas a la antigua” (pág. 141). Poco antes, en esa misma misiva, Fanny Erskine ha citado unas palabras que relacionan la afición por las corridas de toros, que al principio la han horrorizado y ahora empiezan a interesarle, con el pulque, al que describe como bebida obligatoria en el campo mexicano, porque a uno y a otras primero se les tuerce el gesto y después comienza a tomárseles el gusto (pág. 139).

Son los curados los que hacen que caiga por fin rendida ante la bebida que antes describió como repugnante y plutónica. El 15 de noviembre de 1840 informa que ha estado en la propiedad de la viuda de uno de los administradores de la familia Adalid ubicada a cinco leguas de distancia de la ciudad de Santiago, “una mujer de respetable y hermosa apariencia, que, sola en esta lugar solitario, se afana lo mejor que puede en criar a sus ocho hijos”. Aquella mujer ofreció un desayuno para unas veinte personas en que hubo pulque, del que dice que estaba fermentado con jugo de piña y califica por vez primera de “buenísimo” (págs. 246-247). 

Fanny Erskine, en un retrato de juventud. Lo tomo de aquí, donde hay una breve pero excelente semblanza biográfica. Gracias a Antonio Saborit por dármelo a conocer.

En la carta fechada el 30 de marzo de 1841 en la antigua hacienda de Goicoechea, en el pueblo de San Ángel (el actual restaurante San Angel Inn), su romance con el pulque llega al clímax, cuando lo califica de “inspirador”. Está describiendo la atmósfera que reina en la hacienda, dedicada a la producción de esa bebida, cuando relata que “además del que se envía a México para la venta, el patio está constantemente lleno de indios semidesnudos que acuden desde el pueblo para que les llenen sus jarritos [así, en cursivas, que es como mantiene Teixidor las palabras que Fanny Erskine escribe en castellano] de tan inspirador brebaje” (pág. 309).

Nuevamente en San Ángel, tres meses más tarde, el 8 de junio de 1841, en una misiva dedicada a describir la infinita tranquilidad que rodea la hacienda, confiesa, seducida ya por completo por algo que ahora le parece “excelente”, que vivir sin beberlo va a ser cosa difícil: “llegan los indios en la mañana para beber el pulque (el cual, dicho sea de paso, encuentro ahora excelente, y pienso que me será muy difícil ¡vivir sin él!)” (pág. 328).

Fanny Erskine se despidió de México unos meses más tarde, y lo hizo para no regresar, por lo que seguramente nunca volvió a beberlo. En las cartas dirigidas con posterioridad a Prescott, su amigo e impulsor, y que leemos como una continuación de las enviadas a su familia, la perspicaz escocesa volvió a referirse al pulque como un elemento definitorio del país cuando lo equiparó a los pronunciamientos políticos que caracterizaron la vida política del siglo XIX en México (Correspondencia mexicana, 1838-1856, ed. Saborit, Leyva, Soberón; Conaculta, 2001, pág. 104).

Su libro, a más de 180 años de haber visto la luz, se mantiene tan fresco y lleno de vida como cuando fue escrito y publicado. Cierro con las palabras que le dedicó el historiador y crítico de arte Manuel Toussaint, según las cita Teixidor: “ningún viajero, en ningún tiempo, ha hecho una descripción más detallada y más sugestiva de nuestro país”.

Para Ángeles González Gamio

2 comentarios en “El pulque, según M. Calderón de la Barca

  1. que por culpa de las cerveceras bajó su consumo por la mala propaganda de éstas. Gracias a ella y su epistolario se conoció como fueron los caminos de la época, inseguros y llenos de asesinos y bandoleros

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