Treinta años se cumplen estos días de la aparición, en noviembre de 1990, del primer número de Milenio, publicación cultural de periodicidad bimestral que alcanzó las once entregas y terminó dando paso, dos años más tarde, a la revista Viceversa (1992-2001). Unos meses antes, mi primo José Santos me había presentado a un singular empresario hispanomexicano un poco mayor que nosotros, enamorado del mar y los libros, llamado Antonio Elías. Hasta la tarde en que lo conocí en persona, lo único que sabía yo de aquel conocido de mi primo, además de que estaba al frente de la editorial Herrero, la cual pertenecía a su familia, es que era amigo, por cierto muy estimado, de Alejandro González Iñárritu.

Antonio Elías, en la única foto que conservo de él. Lo que más disfrutaba en la vida, como buen enamorado del océano, era capitanear el velero que tenía en Acapulco. La foto es de 1991.

Un poco a trompicones, pues ése era su estilo, Antonio Elías y yo nos pusimos de acuerdo desde la primera conversación: él quería fundar una editorial que hiciera libros a bajo costo, de autores clásicos, a partir de traducciones existentes; yo, que hasta la primavera del año anterior había editado una modesta revista de poesía en la Facultad de Filosofía y Letras, donde acababa de recibir el título de licenciado en Lengua y Literaturas Hispánicas, le hice en ese mismo momento una contrapropuesta: fundar una publicación periódica que fuera el eje de la editorial que él tenía en mente, la cual serviría de medio de difusión de los libros que, a partir de la aparición de su primer número, podríamos empezar a editar.

Elías aceptó pero impuso una condición, y en eso fue terminante: la revista debía llamarse Milenio. Me ofreció un presupuesto, un equipo básico de colaboradores y una oficina en el séptimo piso de Río Amazonas número 46, a un par de casas donde trabajaba él mismo, en la dirección general de Herrero —a un par de casas hacia Río Pánuco, quiero decir, porque en el otro sentido, esto es mirando hacia Paseo de la Reforma, estábamos a unos metros de donde se exhibía entonces, y acaso se exhibe todavía, en la vitrina de un museo en la esquina con Río Lerma, la camisa que llevaba Carranza la noche de 1920 cuando lo acribillaron en Tlaxcalantongo.

Camisa de Venustiano Carranza, exhibida en la Casa Museo que lleva su nombre, que está en la esquina de Lerma y Amazonas, en la Ciudad de México. Foto: Reforma

A pesar de esa contundente estampa de orden histórico, el barrio estaba colmado de buenos augurios literarios: no sólo trabajábamos a unas calles del edificio donde habitaba Octavio Paz, en Río Guadalquivir 109, sino que en diversos domicilios de la misma colonia habían vivido Arreola o Rulfo, nada menos, y en otros tiempos, notables personajes tan variopintos e interesantes como Pita Amor, Miguel Prieto o Amparo Dávila.  

Juan Rulfo retratado por Ricardo Salazar a las puertas del edificio de Río Tigris 84, colonia Cuauhtémoc, en cuya planta baja habitó con su familia. En la imagen de la izquierda, el autor de Pedro Páramo aparece con su hijo Juan Francisco y Emmanuel Carballo. La imagen es mía, de la exposición que Rafael Vargas organizó en el vestíbulo de la Biblioteca Nacional en 2017.

El primer encuentro con Elías debe de haber ocurrido en algún momento entre abril y junio de 1990; a mediados o acaso finales de noviembre de ese año, esto es hace exactamente tres décadas ahora, apareció la entrega inaugural de la revista. En el equipo de planeación, antes de la salida del primer número, estaban los escritores Juan José Reyes y Fernando García Ramírez, a los que había conocido como colaborador del Semanario Cultural de Novedades, que dirigía José de la Colina, y con quienes ideé la estructura de la revista, las secciones principales y la lista de los primeros colaboradores. Todavía antes de la aparición de aquel número cero, García Ramírez renunció y en su lugar entró Eduardo Vázquez Martín, amigo mío de entonces, quien estaba en aquella época al frente del Periódico de Poesía de la UNAM. El diseño gráfico original fue obra de Pablo Rulfo y Adriana Esteve.

Créditos del número inaugural de Milenio. La primera dirección de la revista fue Río Amazonas 46-7, colonia Cuauhtémoc; el edificio estaba entre Río Pánuco y Río Lerma, a unos metros de la dirección general de Editorial Herrero y de la Casa Museo de Venustiano Carranza. En la imagen, los nombres que conformaron nuestro primer consejo editorial. La poeta María Baranda firmaba todavía con su nombre real, Alicia Meza.

Creo que hay fechas que no es bueno que pasen sin que pongamos sobre su recuerdo un pequeño monumento conmemorativo, aunque sea una modesta piedra, que las haga resaltar por encima de las otras. Aquel bimestre de noviembre-diciembre de 1990 vio nacer un proyecto editorial que terminó dejando una huella profunda en mi vida, y por eso, al menos para mí, es una fecha que no me parece mala idea conmemorar. Reproduzco el índice del primer número de Milenio y unas cuantas fotografías que hago esta misma mañana a un ejemplar que cumple tres décadas en mi biblioteca.

Milenio, número 0

Noviembre-diciembre de 1990.

Portada: Julio Verne. 

Diseño de Pablo Rulfo y Adriana Esteve.


Varia: textos firmados por la redacción o por colaboradores cercanos sobre los más diversos temas: en este número, de Juan José Reyes, Eduardo Vázquez Martín, Gerardo Deniz, Ricardo Cayuela Gally, Guillermo Osorno, Fernando Fernández, Fernando García Ramírez.

Texto de Fernando Savater, parte del dossier central del número, dedicado a la literatura de aventuras.

Tema de portada: Literatura de aventuras. Textos de Gerardo Deniz (sobre Julio Verne), José de la Colina (sobre Cervantes), Federico Patán (notas en torno a la novela de aventuras) y Fernando Savater.

Conversación con Salvador Elizondo. Las fotos son de Conchita Perales.

Conversación con Salvador Elizondo, por Juan José Reyes, Pablo Soler Frost y Fernando Fernández.

Columnas de Eduardo Vázquez Martín (sobre Góngora), Juan José Reyes (sobre la radio), Guillermo Osorno (sobre el fantasma de Vichy) y Fernando Fernández (sobre la combi del mercado de Mixcoac).

La primera entrega de nuestra sección permanente de crónica urbana, llamada «Luces y sombras de la ciudad», estuvo a cargo de Pablo Soler Frost. Las fotos que la ilustraron son de Jaime Soler Frost.

Crónica: Pablo Soler Frost sobre Tlalpan.

Poemas de Eduardo Milán, José Luis Rivas, Fernando Rodríguez Guerra, Josué Ramírez y Basil Bunting (versión de Aurelio Major).

Un cuento de Gerardo Kleinburg.

Christopher Domínguez Michael se ocupó de los aspectos problemáticos de la literatura de José Emilio Pacheco, la cual fue por esos años revisada con una severa visión crítica de naturaleza generacional.

Textos críticos de Christopher Domínguez sobre José Emilio Pacheco, Julio Hubard sobre Antonio Alatorre, Fernando García Ramírez sobre Sergio Pitol y Juan José Reyes sobre Hernán Lara Zavala.

Diario de lecturas de Eduardo Milán.

Milenio incluía un cómic, uno de los interese de Antonio Elías; en el primer número colaboró Eric List.

Una historieta de Eric List.

Milenio alcanzó los once números, del cero al diez, y dio paso a Viceversa.

Más sobre Milenio en este blog:

Índices de la revista Milenio (1990-1992), primera parte.

Índices de la revista Milenio, segunda parte.

Un comentario en “Milenio, treinta años después

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