
En la pequeña oficina, bañada por la luz de otra época, Pepe de la Colina y Juan José Reyes tenían los escritorios enfrentados y esa disposición espacial representaba los dos polos de nuestra experiencia con ellos, editores del semanario en que colaborábamos.

Pepe podía ser comedido, pero también abrupto, incluso irascible. Cara con cara, Juan José hacía el papel exactamente contrario y resultaba la estampa misma de la contención, sobre todo si su jefe se desbordaba en aludes que a veces eran terribles al grado de llevarse todo a su paso.

Frío ante el calor de Pepe, escéptico frente sus chistes, impermeable a sus arrebatos de cólera, Juan José servía de contrapeso a los excesos y los entusiasmos del hispánico director del suplemento. Su abolengo de familia emparentada con las letras nacionales, su moderación de formas, su desapego de todo lo que fuera éxito o fracaso, incluso esa renuncia suya a intentar ningún proyecto personal de largo alcance, daban a su silencio, sobre todo en presencia de Pepe, que no dejaba de revolverse, una hondura que nos hacía sentir por su persona un respeto inmediato, y al poco tiempo un sincero cariño.

Todo cuanto decía Pepe, para bien o para mal, recibía la mirada oblicua, cargada de suspicacia, de Juan José, quien a veces todavía dedicaba un guiño de ojo, inadvertido para el señor que peroraba enfrente, a quienes presenciábamos, divertidos, la escena.

Pepe y Juan José eran parte de una familia a la que nos invitaban a sumarnos todas las semanas, y en la que Pepe hacía las veces de tío recién llegado de España y Juan José de nuestro primo más querido.

Con su aire inconfundible de morsa bondadosa, y su figura flaubertiana de pies a cabeza, Juan José estuvo a la puerta de una de las casas donde moraba esa familia, abriéndola de par en par para nosotros, que llegábamos por vez primera a ella, con su sonrisa desegañada y un tanto triste, propicia siempre y siempre generosa.

Las fotos que ilustran este post son de Miguel Ángel Merodio y forman parte del archivo de la revista Viceversa. Fueron hechas hacia 1991, originalmente para ilustrar algunos artículos y reseñas de Milenio, publicación predecesora de Viceversa en cuya fundación participó Juan José Reyes.
Hermosa semblanza, Fernando, de una persona que estimamos tanto, tantos de nosotros y de corazón.
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Gracias, querido Alfredo. ¡Un gran abrazo!
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