
¿Cuándo empezó a representarse el corazón en la popularísima forma que conocemos? Tan exitosa ha resultado que la vemos constantemente reproducida, a todas horas, casi en cualquier lugar. La académica norteamericana Marilyn Yalom apuntaba al año de 1344, cuando apareció en una miniatura del flamenco Jehan de Grise conservada en la Biblioteca Bodleiana de la Universidad de Oxford. Ella misma decía que la forma aparece registrada desde antiguo, aunque con otros sentidos, y no fue sino hasta mediados del siglo XIV cuando adoptó el significado que posee en la actualidad.

Me ha llevado a esa búsqueda el precioso libro de Verónica Chicurel, escrito y dibujado por ella para niños de 5 a 7 años de edad, que tiene por título El corazón de Marina. En él, la protagonista del relato se da cuenta, la víspera misma del Día de San Valentín, de que no sabe dibujar corazones.

Desde poco después de recibir el primer ejemplar, me ocurrió como a ese personaje de una página de Historias de cronopios y famas que, una vez que se ha fijado en algo, ya no puede ver nada más. Así, en semanas recientes, casi a donde quiera que me he dirigido, casi en cualquier lugar donde he posado los ojos, he percibido la forma de un corazón. En los lugares más inesperados, como en una pieza de loseta del suelo de la cocina o el baño; si me fijo bien percibo su forma, algo disimulada, pero con perfecta claridad:


Y aquí y allá, de día y de noche, primero sin esperarlos, luego sabiendo que están prácticamente en donde volteo a ver, más o menos desfigurados, precisamente como los primeros que traza Marina en el relato de Verónica.

El motivo de este post es reproducir algunos de los que he fotografiado. Lo hay desde los más poéticos y etéreos, como una gota de agua posada en el mango de un tenedor, hasta los más comunes y corrientes, como una singular pieza obtenida durante una de las exhumaciones arqueológicas en el arenero de la gatita.


Entre esos extremos, en donde sea, a cualquier hora; sólo es necesario estar alerta para que se produzca el milagro: en la hoja seca de un árbol o un pedacito del nopal para las tostadas de la cena, en una galleta, una hoja de lechuga, el poso de un café turco, la cuenta de Instagram de una actriz que admiro, un aguacate, un jitomate, ¡una papa frita!, una mancha de grasa en la estufa, una rodaja de chile jalapeño… Las publico para hacer un modesto homenaje al flamante libro de Verónica; no menos que eso, para demostrar las posibilidades del arte de la abstracción y conjurar de ese modo el riesgo cortazariano de enloquecer.












