
Tomó el nombre de su inmediato antecesor, un gato que vino por las ramas de una jacaranda y se acomodó unos días en el dúplex que Sergio rentaba en el Pedregal. Una mañana, sin causa aparente de por medio, desapareció: trepó por el tronco del árbol y saltó de rama en rama hasta alcanzar el follaje de una jacaranda del jardín vecino, y se fue con rumbo al cielo, igual que como había llegado. No volvió a saberse de él.

Cósima, en cambio, llegó para quedarse: diez años desde el día en que Julia la llevó a la casa de su padre, de la escuela, donde se la regalaron, y a lo largo de una década llenó de elegancia y galanura los lugares en que estuvo, y como todos los gatos, si se les sabe ver, ayudó a devolvernos a la consciencia del aquí y del ahora y nos enseñó a mirar con serenidad y aceptación.


La gatita murió hace unas semanas, de complicaciones renales, con lo que trajo tristeza a todos: a Isolda y Julia, por supuesto, y principalmente a Sergio y a Renata, pero también a quienes como nosotros la visitábamos de mes en mes, en el dúplex del Pedregal primero y más tarde en la casa del bosque de San Buenaventura. Durante todo ese tiempo gozamos de la sutileza con que se movía y su delicadeza existencial.

Fue el 4 de noviembre de 2023. Fotos: FF
Puedo decir que conseguí ganarme su confianza y eso lo testimonian las veces que, sobre todo a últimas fechas, me permitió alzarla en brazos, y no menos que eso cuando me trepó por el pecho estando yo sentado en el sillón de la sala la última vez que la visitamos y se mantuvo posada tranquilamente un rato encima de mí. Lo prueban asimismo las fotos que le hice ese día, las cuales embellecen esta entrada de Siglo en la brisa.

Foto: FF
Qué hermosa Cósima. La recordarán siempre con mucho cariño.
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¡Gracias, querida Silvia!
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