Tomó el nombre de su inmediato antecesor, un gato que vino por las ramas de una jacaranda y se acomodó unos días en el dúplex que Sergio rentaba en el Pedregal. Una mañana, sin causa aparente de por medio, desapareció: trepó por el tronco del árbol y saltó de rama en rama hasta alcanzar el follaje de una jacaranda del jardín vecino, y se fue con rumbo al cielo, igual que como había llegado. No volvió a saberse de él.

Imagen de cubierta de una de las muchas ediciones italianas de la preciosa novela El barón rampante, de Italo Calvino, que narra las aventuras Cósimo Piovasco, barón de Rondó. En abril de 2011 dediqué a ese libro un pequeño ensayo en este blog.

Cósima, en cambio, llegó para quedarse: diez años desde el día en que Julia la llevó a la casa de su padre, de la escuela, donde se la regalaron, y a lo largo de una década llenó de elegancia y galanura los lugares en que estuvo, y como todos los gatos, si se les sabe ver, ayudó a devolvernos a la consciencia del aquí y del ahora y nos enseñó a mirar con serenidad y aceptación.

La gatita murió hace unas semanas, de complicaciones renales, con lo que trajo tristeza a todos: a Isolda y Julia, por supuesto, y principalmente a Sergio y a Renata, pero también a quienes como nosotros la visitábamos de mes en mes, en el dúplex del Pedregal primero y más tarde en la casa del bosque de San Buenaventura. Durante todo ese tiempo gozamos de la sutileza con que se movía y su delicadeza existencial.

Cósima, el último día que estuvimos con ella.
Fue el 4 de noviembre de 2023. Fotos: FF

Puedo decir que conseguí ganarme su confianza y eso lo testimonian las veces que, sobre todo a últimas fechas, me permitió alzarla en brazos, y no menos que eso cuando me trepó por el pecho estando yo sentado en el sillón de la sala la última vez que la visitamos y se mantuvo posada tranquilamente un rato encima de mí. Lo prueban asimismo las fotos que le hice ese día, las cuales embellecen esta entrada de Siglo en la brisa.

En los hombros de Sergio.
Foto: FF

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