Es viernes al mediodía y hago una visita relámpago a mi amigo Alberto Kalach para entregarle un ejemplar de Viaje alrededor de mi escritorio. Lo encuentro sentado a la mesa, dibujando. Delante de él, entre lápices de colores, hay una taza con una infusión. Suenan, a todo lo que da el aparato, las ásperas improvisaciones que hizo Neil Young para la película Dead man.

“¿A qué juegas?”, le pregunto, y él responde contándome que le han encargado una serie de albercas para un pequeño hotel en la playa. Con sorna evidente, se queja de que le han dado libertad absoluta para hacer lo que le parezca mejor, con la consecuencia de que no tiene a nadie con quién contrastar sus ideas, nadie a quién discutir e incluso (pienso yo) escandalizar con sus audaces provocaciones.

A unos metros de donde estamos conversando veo un singular objeto que ya conozco: una menorá (un candelabro de bronce de siete brazos, quiero decir), cuya base es una figura de la Virgen de Guadalupe. Ahora que me fijo mejor, sin embargo, me doy cuenta de que no es exactamente el que Kalach tenía a la vista en el estudio de su casa. Al acercarme, advierto que detrás de ella hay otras, idénticas: la sensación, extraña, es la de un espejo multiplicador.

Hace algún tiempo mi amigo compró un candelabro judío en una casa de antigüedades; no mucho después, le regalaron un bote de plástico de agua bendita con la forma de la Virgen de Guadalupe. Ambos objetos convivieron a la vista del arquitecto hasta que un día se fundieron en uno, primero en su cabeza, después en el taller de un fundidor.

«Menorá inspirada en la antigua del Templo de Jerusalén». The Temple Institute, 2007. Fuente: Wikipedia.
La «radiosa compostura de la Virgen», en palabras de López Velarde. Fuente: Wikipedia

Pero el resultado, el objeto que yo conocía, no lo dejó satisfecho (el problema estaba en que el primer par de brazos del candelabro, el más exterior, salía de los pies de la Virgen), por lo que ensayó nuevamente la idea. Lo que veo ahora es la consecuencia de la mejora del proyecto inicial, una vez que su autor lo ha perfeccionado.

Foto: Alberto Kalach

Una amiga del arquitecto lo convenció de hacer una serie y ponerla a la venta, y de la producción han salido 14 ejemplares. Me parece una cifra justa: siete es el número con que identificamos a la menorá, tal como aparece aquí y allá en la cultura judía; catorce es dos veces siete. No tengo ningún interés en la numerología, pero esos guarismos juegan con gracia, se duplican como delante de una superficie reflejante, ostentan una reverberación simétrica que satisface mi sentido estético.

La pieza es fuerte: dos elementos, poderosos ya por separado, ensamblados naturalmente en uno solo. La sagrada geometría solemne de la menorá, por un lado; por el otro, “la radiosa compostura de la Virgen”, como dice insuperablemente López Velarde.

Juntos, precisamente como aparecen en la biografía del arquitecto, resultan algo no blasfemo (además, por partida doble), como piensa uno en un primer momento, sino limpiamente provocador. Algo que no se advierte al principio añade al objeto un toque risueño, que relaja la seriedad de lo que está en juego: arriba de la cabeza de la Virgen, el escultor no se ha olvidado de reproducir el tapón de la botella de agua bendita de plástico en la cual se inspiró.

(Atestigüé la sorpresa, entre fría y caliente, que se dibujó en el rostro de un querido amigo poeta, especialmente culto y sensible, a quien enseñé una foto de la pieza: un escalofrío, me parece, efecto de la provocación.)

Pero la menorá guadalupana de Alberto Kalach tiene algo más que decir, esta vez ya no por el lado simbólico sino por el de la forma —el de las formas mismas—. Cuando la veo a lo lejos y advierto su silueta liberada de los espesos elementos culturales que la conforman, me gusta todavía más: los tres medios círculos que descienden en paralelo por un lado reposan un instante, se curvan elegantemente en el centro y vuelven a surgir, elevándose en contra de la fuerza de la gravitación. En cierto modo, son los mismos círculos de las albercas que está dibujando Kalach bajo el efecto paradójico de la libertad. Al sustraerla de sus significados, la encuentro más hermosa y sugerente; es cuando la menorá guadalupana, me parece, colmada de poesía, alcanza su máximo esplendor.

Alberto Kalach, viernes 7 de febrero de 2020. Foto: FF.
Kalach, ca. 1987. Foto: FF.

Más sobre Alberto Kalach en este blog:

Barragán, el hombre libre, http://bit.ly/2pShTlB

Un jardín para Luis Barragán, http://bit.ly/2moCVHq

Una foto de Alberto Kalach, http://bit.ly/1oaQvyR

La obra maestra de C. Mijares, http://bit.ly/1pVjqTH

Recados memorables, http://bit.ly/1zOOkzz

Dos cabañas frente al mar, https://bit.ly/39sHJnG

4 comentarios en “El efecto paradójico de la libertad

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