En el verano de 1996, la revista Viceversa organizó una encuesta entre un grupo de destacados arquitectos para intentar establecer cuáles son los edificios más importantes construidos en la Ciudad de México a lo largo del siglo XX. Nuestros invitados fueron, en orden alfabético, Juan José Díaz Infante, Fernando Fernández Bueno, Luis Vicente Flores, Agustín Hernández, Alberto Kalach, Antonio Méndez Vigatá, Carlos Mijares Bracho, Enrique Norten, Félix Sánchez y Abraham Zabludovsky. Es interesante, 28 años más tarde, volver a echar un vistazo a la lista que resultó del ejercicio. La tomo de las páginas donde vio la luz. El crédito de autoría de las fotos corresponde a Paul Czitrom, quien habitualmente se encargaba de las imágenes arquitectónicas de la revista; los textos, pequeñas joyas de concisión y belleza, invaluables por ser de su autoría, son de Carlos Mijares Bracho.

Número 38, de julio de 1996,
de la revista Viceversa.
Archivo de FF

Los 10 mejores edificios de la Ciudad de México

Por Viceversa

No es completamente cierto que habitamos una ciudad perdida, con aeropuerto. Acostumbrados al paso rápido y casi siempre incómodo de la ciudad más grande del mundo, es común que ignoremos algunas maravillas arquitectónicas que, aisladamente y por instantes, nos devuelven todo el esplendor de la antigua ciudad de los Palacios. A un paso del fin del milenio, Viceversa ensaya un corte de caja de lo construido en lo que llamamos Distrito Federal durante el siglo xx para averiguar cuáles son algunas de las obras más valiosas y significativas de nuestra arquitectura. Por ello invitamos a algunos destacados arquitectos a que nos dieran, cada uno por separado, la lista de los que consideran los 10 mejores edificios construidos en la ciudad de México a lo largo de este siglo. Sumamos las menciones obtenidas por cada obra y así resultó esta lista, que empieza por la más exitosa y continúa en orden descendente. Publicamos, además, las menciones que no aparecen entre las diez finalistas, pero que fueron señaladas por nuestros invitados. Éste es un ejercicio de crítica arquitectónica de lo que quedará como testimonio de piedra y cemento de la cultura de nuestro tiempo.

1. Estadio Olímpico de Ciudad Universitaria (1952).
Augusto Pérez Palacios, Raúl Salinas y Jorge Bravo. Universidad Nacional Autónoma de México,
Av. Insurgentes 3000, Col. Pedregal de San Ángel.
Espléndida presencia urbana que dialoga con el paisaje —el próximo y el distante—. Una obra contemporánea que va más allá de la eficiente solución de su programa y adquiere una noble intemporalidad al evidenciar sus raíces en el pasado.
2. Hotel Camino Real de la Ciudad de México (1968).
Ricardo Legorreta.
Mariano Escobedo 700, Col. Anzures.
Notable creación de ese mundo peculiar, variado, ocasional y transitorio que es un hotel. Su multiplicidad de espacios y de secuencias sorpresivas se acentúa por el asombro de los colores intensos y su oferta de ambientes apropiables.
3. Edificio Ermita (1930-1932).
Juan Segura. Av. Revolución y Jalisco, Col. Tacubaya.
Edificio quilla, hito urbano que organiza el espacio, paradójicamente, en forma tan agresiva como natural. Un programa complejo en el que se combina la vivienda, el comercio y la recreación con una insólita intensidad expresiva.
4. Conservatorio Nacional de Música (1946).
Mario Pani. Av. Presidente Masaryk 582, Col. Polanco.
Una composición magnífica, académica y elegante; evocadora de la armonía y los acordes musicales de las actividades que ahí se desarrollan. Con especial afecto y atención en el tratamiento de los espacios y las diversas escalas del conjunto.
5. Casa Propia (1947).
Luis Barragán.
General Francisco Ramírez 14, Col. Daniel Garza.
La casa concebida como universo interior y personal. Experiencia que se genera a partir de una profunda meditación y se produce en torno a la sutil poética de la luz y del espacio, los ambientes confinados y la mística intimidad de la vida cotidiana.
6. Museo Nacional de Antropología e Historia (1964).
Pedro Ramírez Vázquez.
Paseo de la Reforma y Gandhi, Col. Chapultepec.
El acierto de una edificación que atiende tanto a su significado intrínseco como al sitio en el que se ubica. Su doble imagen externa, discreta y fragmentada en el lado del bosque, celebra en el otro el acceso y preludia con un gran patio la riqueza de las obras que aloja en su interior.
7. Instituto Mexicano del Seguro Social (1947).
Carlos Obregón Santacilia.
Paseo de la Reforma 476, Col. Juárez.
El edificio institucional, presente y notorio pero respetuoso y colaborador con su contexto. Una gran placa que contribuye a subrayar el cauce de la avenida sin dejar de reconocer la necesaria transición
entre la calle y el edificio.
8. Edificio Basurto (1938).
Francisco Serrano.
Av. México 187, Col. Condesa.
Una muestra excelente de articulación entre la dinámica de los volúmenes externos y la fluidez de los espacios interiores. La propuesta lograda de una gradual transición entre el anonimato natural de la calle y la conveniente individualidad del ámbito privado.
9. Colegio de México (1975).
Teodoro González de León y Abraham Zabludovsky.
Camino al Ajusco 20, Col. Pedregal de Santa Teresa.
Una importante aportación arquitectónica y urbana. El tránsito del exterior al interior se ofrece a través de un vestíbulo-nicho-patio-; espacio que es, simultáneamente, dentro y fuera. De gran riqueza en su expresión volumétrica y en la compleja trama de sus componentes.
10. Palacio de Bellas Artes (1904-1933).
Adamo Boari.
Av. Juárez y Eje Central, Col. Centro.
Un edificio claramente fechado y naturalmente simbólico, alarde de las formas y de materiales que se ha enriquecido con el uso asociado a las manifestaciones culturales de la ciudad y con la presencia de algunos de los mejores ejemplos del muralismo mexicano.

El anterior reportaje fue publicado originalmente en el número 38, de julio de 1996, de la revista Viceversa. La entrega incluía asimismo un texto de Guillermo Eguiarte sobre la obra proyectada para la empresa Bacardí por los arquitectos Félix Candela y Mies van der Rohe, y un par de artículos sobre el cantante flamenco Camarón de la Isla (1950-1992), obra respectivamente del poeta español José Manuel Caballero Bonald y el periodista mexicano Felipe Jiménez García-Moreno. El número se completaba con un portafolio de fotografías de Sylvia Calatayud comentadas por Gonzalo Vélez, un poema de Gottfried Benn traducido por José Manuel Recillas, una entrevista con el poeta Jorge Fernández Granados hecha por quien esto escribe y un acercamiento crítico de Andrés de Luna a la obra escultórica de Jorge Yázpik.

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