Mi lugar en la foto lo dice todo. En el extremo superior derecho, adonde han ido a colocarse los tres jugadores más corpulentos del equipo, mi silueta hace un contraste poco o nada favorecedor. Quienes están junto a mí, a uno y otro lado, aparecen incluso ligeramente apartados de mi persona, como dejándome a mi suerte, y subrayan acaso con ello mi falta de pertenencia, la imposibilidad de amalgamarme con los otros por simple ausencia de vocación.

A la mitad de la fila superior está ubicado quien, ahora me parece, llevaba la batuta en la línea defensiva, el más alto y fuerte de todos (¿de dónde saco yo que se llamaba Constantino?); el otro, aunque para nada lo recuerdo, el que aparece a su derecha según vemos la foto, debe de ser el portero: desmelenado, metido en una chamarra ligera, con unos pantalones mínimos.

Al revés que ellos dos, el que cierra la hilera por mi lado, aun a pesar de sus condiciones físicas (de hecho, ahora que me fijo mejor, parece el más corpulento del grupo), tiene pinta de ser tan suplente (o reserva, como decimos en México) como lo soy yo. Sin pensarlo, me he ido a colocar a ese lugar por simple pudor: y es que, aun si quisiera, no podría formar parte del grupo de la fila de abajo, en donde es evidente que están los mejores del equipo: el aspecto profesional de la mayoría de los que se han puesto en cuclillas para la fotografía, confirma que ellos son quienes mandan en el campo, el alma del equipo, los que justifican su existencia y trabajan de la mejor manera a favor de aquella escuadra a la que mi algo rocambolesca carrera de centro delantero suplente me ha terminado por conducir.

Será mi último equipo; después de mi paso por él, nunca volveré a jugar. Antes lo he hecho, primero, en el Sueve, en el mismo equipo donde empezó Miguel España, gran jugador de mi época que se mantuvo muchos años en la selección nacional, y con cuyos colores, los del Sueve quiero decir, un amarillo y un azul peligrosamente parecidos a los del América (para quienes ya éramos aficionados al Cruz Azul), pisamos el césped del Estadio Azteca durante el medio tiempo de un juego oficial de la temporada 1972-1973.

Con los colores del Sueve.
Estadio Azteca, marzo de 1973. Foto: FFB

Si luego, confundido entre mis primos, jugué una temporada en el Sporting Covadonga, bajo las órdenes de un pequeño y temperamental asturiano apodado el Peque, antes todavía de llegar al día de la foto lo hice en el Bable, lo que me impide entender a quienes ven en ese bello nombre un insulto a la lengua asturiana, a mí, que literalmente defendí sus colores en un campo de juego. Mi carrera, es verdad, como ya lo he contado en otro sitio, se desarrolló invariablemente en la banca.

Güelu Santos y el so nietu preguntón. Ámbitu, Oviedo, 2002. Traducción al asturiano y diseño gráfico de Lola G. Zapico

Pero me doy cuenta de no he dicho nada sobre el color que vestíamos, y no he mencionado siquiera cuál era nuestro nombre. El Cuera, que es como se llamaba el equipo, llevaba la camiseta roja y el pantalón azul; por desgracia, el escudo, que llevan en el pecho sólo tres jugadores, se aprecia apenas en la foto: arriba del balón de gajos que distinguimos a simple vista, probablemente se dibujaba la silueta de la sierra llamada del Cuera, en la cual, muchos años después, cuando viví en Asturias a principios de siglo, estuve algunas veces por formar parte de la geografía misma del pueblo de Asiegu de Cabrales, donde nació mi abuelo. Nada de esto sabía yo entonces.

La sierra Cuera desde Asiegu de Cabrales, en 2020. Foto: Javier Niembro Fernández.

El jugador que ostenta el mejor escudo, cosido del lado del corazón, como no puede ser de otro modo, es el capitán del equipo, el hijo del señor Calleja, junto al cual se ha colocado: es evidente el orgullo justificado que hay en el rostro de los dos. El brazalete que prueba la jerarquía del hijo en la cancha hace contacto con el brazo derecho del padre, quien manda con firmeza fuera de ella.

El que sigue a la izquierda, con el escudo igual de visible y el balón a sus pies, ese balón feo, de motivos redondos, que por entonces acababa de ponerse de moda, era hijo, me parece, o sobrino, de Balmori, el otro entrenador. (Por cierto, ubicados de tal modo para la foto, Balmori y Calleja transmiten una sensación de control, equilibro, unidad.)

Nos hemos retratado un sábado en la mañana, antes de un partido, en uno de los dos campos principales del Parque Asturias de la Ciudad de México, el que está primero viniendo desde los juegos infantiles (de donde se subía por una escalera muy alta y pronunciada que a veces veo en sueños). Conservo conmigo, más de cuarenta años después de ese día, lo que llamábamos la ficha, el documento que nos acreditaba como parte del equipo: es la que, en la imagen, tienen algunos en la mano, o la han dejado un momento en el pasto para hacerse la foto.

Gracias a la ficha, que tengo delante mientras escribo, sé con precisión algunas cosas que no podrían estar del todo claras si contara sólo con la imagen: cosas como que jugamos en la categoría de Menores de la Liga de Futbol del Centro Asturiano de México, que estamos en la Temporada 1978-79 y que el número que llevo en la camiseta es el 15. Eso quiere decir que el día de la foto tengo catorce años, quince cuando mucho.

A los pies de Calleja puede verse el estuche en donde el entrenador llevaba las fichas, de donde salían antes de empezar el juego y a donde regresaban al final. Poco antes del juego, los entrenadores se las entregaban a quienes iban a ingresar a la cancha, para que ellos a su vez se las dieran al árbitro. Por eso podemos saber que quienes han sido retratados ya saben si van a empezar jugando el partido o no. (Yo no vi la mía con excesiva frecuencia, aunque al final, ya no sé cómo, me las arreglé para quedarme con ella.) Algunos entrenadores, como el Peque, gran estratega, gustaban de colocarlas sobre el pasto antes de empezar los partidos para explicar gráficamente, al grupo amontonado en torno, con los ojos de todos clavados en el césped, los lugares que cada quien ocuparía en la cancha y los movimientos que se esperaba que hiciesen durante su tiempo en ella.

Si en la hilera inferior está la base indudable del equipo, cohesionada al grado de que han actuado juntos y sin pensarlo para colocarse de ese modo en la foto, en la superior, con la excepción del portero y del defensa central llamado Constantino, estamos quienes conformamos la reserva del Cuera. En esta ocasión, sin embargo, han faltado muchos jugadores, por lo que algunos que no suelen jugar alcanzarán excepcionalmente el privilegio de hacerlo (aunque, por lo que se ve en la foto, tampoco yo este día).

Véase nuevamente la imagen y dígase con franqueza si quienes conformamos la banca del Cuera Futbol Club no hacemos un grupo un tanto malhadado: uno, al que ya me referí, en el extremo superior derecho, el tercero por cierto que lleva escudo, acaso por inhábil; los demás, porque para nada damos el tipo de saber, ni acaso aun poder, jugar. Yo he sido voluntariamente exilado al extremo de los corpulentos por pudor, pero mi lugar evidente está en el otro extremo, cerca de Balmori, y mi indefensión, por más que sonría con optimismo al futuro, se asemeja a la del grupo de tres personajes que están de ese lado.

El tercero, empezando por el segundo entrenador y contando de izquierda a derecha, se llamaba Castro, ahora recuerdo que Pablo; aunque no tiene exactamente lo que se llama pinta futbolera, creo recordar que jugaba con la misma felicidad y picardía que brilla en sus ojos.

Yo pertenezco al género de los otros dos: el flacucho que inaugura la hilera, sólo después de Balmori; tan seguro está de que no va a jugar que, si nos fijamos bien, advertiremos que se ha colocado la credencial del Asturiano, que no la ficha del Cuera, en el resorte del short. El otro es el muchacho rellenito, desengañado acaso tanto como yo, que está dos lugares a la derecha, entre Castro y Constantino.

Como en la imagen aparecen trece jugadores, sabemos con absoluta precisión que este día serán sólo dos quienes empiecen el partido en la banca. Yo seré uno de ellos. Paladeando acaso el extraño sabor de mi destino, acomodado en ella, quizás me imagine escribiendo esta página cuarenta años más tarde, como una de las formas posibles de jugar.

Para Carmen Niembro

Ciudad de México, Parque Asturias, 1978.
Foto: autor desconocido.
Archivo de FF

5 comentarios en “Foto de equipo (Parque Asturias, Ciudad de México, 1978)

  1. Estupenda evocación. Como siempre, un texto muy bien escrito.

    No sé si Fernando Fernández conoce los textos de reconstrucciones memoriosas, autobiográficas, de Georges Perec, pero lo que hace a veces, como en esta ocasión, recuerda esas páginas del escritor francés.

    ¡Felicidades!

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