
Ligero, sabio, carismático, lleno de sentido del humor, exactamente como era en persona, así aparece José Molina Ayala en la entrevista que me concedió a finales del último mayo para hablar de su libro más reciente, la Exhortación a la filosofía de Jámblico. Escucho la grabación cuando no han pasado ni diez días de su muerte, para mí inesperada, ahora que he decidido escribir unas líneas sobre mi relación con él.

Al principio coincidíamos los lunes, primero en la Sogem, luego en la Escuela Mexicana de Escritores, que es cuando los dos íbamos a dar clase, por cierto al mismo grupo, yo en el primer horario de la tarde de ese día, él en el segundo. Desde el principio me capturaron su mirada siempre un tanto pícara, su sempiterna sonrisa, su trato abierto y afectuoso. No menos que eso, me llamó la atención el efecto que causaba entre los aprendices de escritores a los que dábamos clase, y a quienes encantaba con sus relatos de mitología con una mezcla de conocimiento erudito y habla coloquial jaspeada de giros populares que resultaba extraordinariamente atractiva.

Como yo sabía que era maestro de griego, un día me animé a hacerle una consulta; lo hice a través del chat de Facebook, donde me di cuenta de que estaba siempre presente: la palabra “palinodia” no era nueva para mí, pero me había propuesto averiguar algo más sobre Estesícoro, quien inventó el género, según cuenta Platón en uno de sus diálogos. “Este Stesichore, de quien se dice en la Wikipedia que para algunos conocedores fue el primero que hizo epitalamios”, le pregunté, “¿es el mismo que cantó la primera palinodia?”. “Me aventaste mi ignorancia a la cara”, me contestó aquella vez, con sencillez característica, el brillante investigador del Centro de Estudios Clásicos y maestro del posgrado de la Facultad de Filosofía y Letras, para darme a continuación una pequeña clase sobre el tema.

Desde entonces me acostumbré a hacerle las más variadas consultas, que él respondía con cordialidad invariable, siempre de excelente humor, como si fuéramos colegas —e incluso amigos de toda la vida—. Ese humor, esa cordialidad quedaron registrados en la grabación de la primera vez que lo entrevisté para mi programa de radio, a principios de 2013, sobre los libros de Rubén Bonifaz Nuño, quien había sido su maestro y colega. Al año siguiente volvió a la cabina, ahora acompañado de otro de sus maestros, Pedro Tapia Zúñiga, quien acababa de traducir al español la Odisea, precisamente para hablar de ese libro, apenas publicado en una edición cuidada por él.

Ese año, 2014, cuando intentaba saberlo todo sobre “El sueño de los guantes negros”, volví a hacerle algunas consultas por escrito, siempre por Facebook, esta vez sobre el trasfondo católico del poema, y para nada me sorprendieron su amor y su gran conocimiento de la poesía de López Velarde. Lo más importante de lo que me enseñó lo trasladé con toda la fidelidad posible a las páginas de Ni sombra de disturbio, donde la profundidad de su cultura y la agudeza de su pensamiento (e incluso alguna audaz hipótesis) brillan tanto como cuando lo escuchaba uno en persona. Un día de ya no sé cuándo exactamente, como tuve un asunto que resolver en el Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM, me fui a asomar a su cubículo, para regalarle un ejemplar de Oscuro escarabajo, y me dejó hacerle un retrato, sentado entre sus libros.

Foto de FF
Así, a lo largo de los últimos nueve años, desde 2012 y hasta hace unas semanas, le consulté por Facebook, donde José regañaba graciosamente a los jóvenes, criticaba al régimen de López Obrador, daba cuenta de pequeñas dosis de su extraordinario conocimiento del mundo clásico, cualquier género de asuntos: gracias a que tengo el historial completo de nuestro diálogo por escrito, que he tomado la precaución de copiar de Messenger, puedo establecer con precisión cuanto le pregunté, y soy capaz de citar palabra por palabra todas sus respuestas: el significado literal de un verso tremendo de la Medea de Eurípides; el origen de la voz latina mentula o de la expresión “bestia negra”; la pronunciación griega de la palabra oxímoron… No se crea que sólo comentábamos temas sublimes: también, el lugar donde podrían conseguirse los libros de la Biblioteca de Autores Cristianos, por ejemplo, o nuestras opiniones sobre algún libro o película recientes, o lo bien que nos caía Avelina Lésper. Un día, leyendo las sátiras de Horacio, di con una mención a Arquíloco y recordé que tenía una edición de sus poemas; cuando fui al librero fue para darme cuenta, con una sonrisa de satisfacción en el rostro, de que la traducción que llevaba en silencio algunos años conmigo, era suya…

Aquella vez le propuse plantearle un cuestionario sobre aquel poeta, esa traducción, ese libro; él dijo a todo que sí, pero yo dejé pasar el tiempo y nunca lo hice. La última vez que conversamos, siempre por escrito, fue para hablar nuevamente de López Velarde, esta vez sobre la posibilidad de que el poeta hubiera tenido sífilis, y me contó su conversación reciente sobre el tema con su amigo Gabriel Zaid, por cierto alumno suyo de griego, de quien se mostraba siempre colmado de cariño y respeto.

Hace cinco meses, en abril de este año, cuando me comunicó que acababa de aparecer su esperadísima edición de Jámblico y luego tuvo la generosidad de traerme un ejemplar a mi casa, lo invité nuevamente al aire. Yo sabía cuánto había de sí mismo en ese proyecto, en el que trabajó una parte importante de su vida. Por suerte, al igual que las otras ocasiones que estuvo al aire conmigo, hay una grabación de esa tercera y última entrevista, que escucho con especial emoción ahora que nuestro amigo y maestro nos ha dejado. Un colega suyo publicó la semana pasada una nota en la que contó que en junio, que es cuando la entrevista fue transmitida al aire, el cáncer que padecía había alcanzado el estado terminal, lo que quiere decir que nuestra última charla ocurrió cuando entraba en los peores días de su padecimiento. Me duele no haberme dado cuenta de que estaba enfermo, y eso que advertí que su voz se oía cansada y disminuida. Precisamente porque ahora lo sé, esa voz, aunque tocada ya por la enfermedad, me suena más auténtica y entrañable que nunca. El tema de la conversación es la filosofía, su tema cardinal, su profesión de vida. En ella brilla mucho más de lo que he podido decir sobre él y por eso es un material más que valioso para todos los que tuvimos el inmenso privilegio de conocerlo.