En la página 13 de Almas flexibles me referí a un árbol extraordinario, uno de los más notables de todo el bosque de Chapultepec. Ignoraba la especie a la que pertenecía y así lo dejé consignado en mi libro. He tenido que verlo florecer para llegar a la conclusión, no sé qué tan duradera, de que se trata de un trueno, un aligustre de China y de Japón quiero decir, un árbol cuyo nombre científico es Ligustrum lucidum.

Aunque la solución al enigma estuvo siempre delante de mí, yo no fui capaz de advertirla; y es que el trueno es la especie más representada en el rincón del bosque que visito desde el inicio de la pandemia: una vez allí, es imposible echar un ojo en ninguna de las direcciones sin abarcar al mismo tiempo dos o tres individuos (o cinco, o diez). Desde luego, no es que desconociera la especie: el aligustre es uno de los árboles que vemos con más frecuencia en las aceras de algunos barrios de la Ciudad de México, como en el que vivo yo, porque a lo largo del siglo XX los desarrolladores de las nuevas colonias lo usaron para alinear las calles y las avenidas.

Hilera de truenos en una calle de Anzures. La foto apareció originalmente en mi post Árboles comunes de la Ciudad de México, en octubre de 2010. Foto: FF

Es verdad que en las banquetas donde suele encontrarse, a un costado del arroyo de las calles, o en los camellones, o delante de los portales y los zaguanes, se comporta de maneras civilizadas y respetuosas. Tanto es así que alguna vez un ejemplar especialmente hermoso, una tarde que me detuve un momento a contemplarlo, me pareció que hacía esfuerzos por contener la respiración. Véase, por ejemplo, el discreto individuo con quien mantengo una convivencia cotidiana: en este momento hace lo posible por asomarse a lo que escribo, aunque con prudencia característica, siquiera de reojo, del otro lado del ventanal.

En 2014 le dediqué un poema; era el tiempo de su floración y yo observé cómo lo desvalijaba una cuadrilla de gorriones, en tanto me comía una chirimoya. El poema, una reflexión algo humorística sobre la ingesta de las semillas de un árbol o una fruta como una manera de garantizar su propagación, se llama Chirimoya y fue publicado dos años después por Ediciones Acapulco.

Edición del poema Chirimoya (Ediciones Acapulco, 2016), diseñada por Selva Hernández con ilustraciones de Santiago Solís Montes de Oca.

En el bosque de Chapultepec, en cambio, en donde no están siempre sometidos a la inspección humana, todo puede pasar. Como nadie los observa, o no continuamente, los aligustres se dan a ensoñaciones a veces excesivas, lo que los vuelve irreconocibles para quienes sólo hemos tratado a sus parientes domesticados de las banquetas. Las raíces, sobre todo: salpicadas, extendidas, revueltas, ambiciosas.

No menos que las raíces, los troncos, que a veces parecen los de cuatro o cinco individuos amalgamados en uno solo, quienes hubiesen decidido unir sus fuerzas para alcanzar la claridad. Tan extrañas resultan las formas caprichosas de esos individuos jamás advertidas por mí, que hasta mis libros de consulta, la mayoría de ellos dedicados al ámbito urbano, resultaron insuficientes, por lo cual tuve que acudir a un par de conocedores verdaderos, quienes me confirmaron, cada uno por su lado, me temo que no sin alguna duda ellos mismos, lo que ahora me parece que sé.

Si los truenos del bosque se comportan de un modo distinto al que yo estaba acostumbrado, el sorprendente árbol al que me referí en la página 13 de Almas flexibles es el más extraño de todos, un ejemplo insólito de rareza, un excéntrico: se alza un par de metros en sentido vertical y luego se tuerce dramáticamente en un ángulo de 90 grados, para extenderse unos siete u ocho metros en paralelo al suelo.

El árbol del Circuito Gandhi, retratado esta misma semana. Ya tiene un soporte que no tuvo antes. Foto: FF

Lo más admirable es que, por lo menos hasta hace poco, no necesitaba de ningún apoyo para mantenerse suspendido en el aire. El hondura de su raíz, su maravillosa flexibilidad, la plasticidad perfecta de su naturaleza, hacen de él un milagro de equilibrio y belleza. ¿Cuál será su historia? ¿Por qué sufrió esa torsión? ¿Cómo vivió hasta ahora sin el menor soporte? ¿Realmente hubiera terminado viniéndose a tierra si no le colocan esa suerte de rodrigón con que fue reforzado hace poco? En agosto de 2020, cuatro meses antes de empezar a escribir mi libro, lo fotografié por última vez sin él.

El asombroso árbol del bosque de Chapultepec, retratado en agosto de 2020, todavía sin el apoyo que le fue colocado más tarde. Foto: FF

Ahora que los truenos florecen con fuerza, tal como hacen los que subrayan el trazo curvo del Paseo Gandhi, a un costado del Museo Tamayo, el árbol del que me ocupé en Almas flexibles ha decidido unirse al júbilo de la mayoría y ha echado flor, con lo que ha revelado lo que me faltaba conocer de su naturaleza.

Las características panículas erguidas, de flores blancas, que comparte con sus congéneres del bosque, me han hecho darme cuenta de que, efectivamente, como opinan los expertos a los que he consultado, bien puede ser un trueno. Eso sí: el más sorprendente que yo haya visto jamás.

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