
No volví a encontrar el poema en donde estoy seguro de que lo leí por primera vez, una de las revistas de Hugo Gola (1927-2015), y eso que conservo no pocos ejemplares de Poesía y poética y El poeta y su trabajo, aquellas magníficas publicaciones, únicas en su género en México, dirigidas por el poeta argentino mientras vivió en el país. Ambas fueron grandes ventanas abiertas a lo ocurrido en otras latitudes poéticas, en especial en la lengua de Charles Olson, Ezra Pound y William Carlos Williams.

Aunque he hojeado mis viejos ejemplares, en cuyas páginas una y otra vez aparece el nombre de la poeta norteamericana, no volví a dar con el lugar en donde estoy seguro que descubrí el poema The third dimension de Denise Levertov (1923-1997) –como no está, por cierto, en el número monográfico dedicado a ella en el otoño de 1991.

Tampoco es que, en su momento, cuando el poema no aparecía en el lugar en donde con toda seguridad lo había conocido y me empeñé en dar nuevamente con él, tardara demasiado en encontrarlo en línea, lo cual ocurrió en cuanto conseguí recordar su título, que había olvidado, al revés de lo que me sucedió con su brutal arranque, que siempre he recordado, si bien en lengua española, palabra por palabra –y hasta di, asimismo, con un par de traducciones, una de ellas de Alberto Girri.

Hace poco, echando un vistazo a mis cuadernos de principios de siglo, los que me acompañaron cuando anduve unos años fuera de México, encontré el lugar en donde mi amiga Nattie Golubov, sin duda a petición mía, transcribió el poema de su edición de los Collected Earlier Poems, 1940-1960, que publicó New Directions en 1979.

Lo releo ahora en la letra tenue, esbelta, clara, de mi amiga Nattie, con quien a mitad de los años ochentas intercambié una nutrida correspondencia manuscrita, cuando ella hacía estudios de posgrado en la Universidad de Leeds. En la siguiente década, ella fue la feminista cuyo testimonio fue recogido en el número que Viceversa dedicó en agosto de 1994 al “cambio”, como nos referíamos a lo que nos parecía que estaba sucediendo aquellos días, o que faltaba poco para que sucediera, y que nunca terminó por verificarse (o no al menos como lo esperábamos).

Ya en este siglo, tuve la fortuna de pasar un tiempo en su casa de Stoke Newington, en Londres, donde alguna tarde de aquellas heladas del invierno de 2001-2002, esto es hace exactamente dos décadas, copió para mí, en su letra, uno de los poemas que más me gustan. Ahora que lo releo una vez más, esta vez en esa fuente doméstica y entrañable, me apresuro a hacerle unas fotos y ponerlo a salvo de mis papeles viejos, aunque sea reproduciéndolo en este blog.




Más sobre Nattie Golubov en Siglo en la brisa: