
Suspendemos la lectura y acudimos al teléfono en busca de cierta información que de pronto nos resulta imprescindible, un dato relacionado con lo que estamos leyendo, la fecha en que murió un compositor o fue publicada una novela, más frecuentemente el significado de alguna palabra que nunca habíamos visto y por lo tanto no conocíamos, pero sucede que nos perdemos en el camino y somos incapaces de cumplir nuestro propósito: sufrimos todo género de contratiempos, nos enredamos aquí y enganchamos allá, un momento nos atrapa una imagen que tampoco conocíamos, un enlace nos conduce a otro sitio, en donde nos espera un enlace más. . .

Una vez que hemos caído en todas las trampas, y nos hemos asomado a todas las madrigueras, sentimos un principio de satisfacción (si no de nuestra curiosidad, de nuestro vagabundeo) y tomamos por lo tanto la decisión de regresar al punto de partida. Posamos los ojos en la página del libro que estábamos leyendo, en la frase o el dato o la palabra que nos arrancó de la lectura y nos hizo acudir en pos de la aclaración de su significado —propósito que, con todo, inexplicablemente, a pesar de los pesares, sea por la razón que sea, porque somos frágiles, porque vivimos en la superficie de cada momento, porque el dolor es uno y tiene una voz y no varía, hemos echado al olvido.

Con algunas palabras me ocurre un extraño fenómeno, para el que no tengo explicación: no puedo fijar tan fácilmente en la memoria su significado (“inexhaurible”, “glauco”, “nugatorio”), así que voy por segunda o tercera ocasión en su búsqueda. La última vez que di con la extraña palabra “analectas”, leyendo quién sabe qué cosa, acudí a la aplicación de la Real Academia, a la pantalla de mi teléfono. No llegué nunca. Volví unos minutos después a la página del libro en donde me había reencontrado con ella, con las manos vergonzosamente vacías. “Analectas”, fija en su sitio, me miró con ojos burlones y risueños, recargada de su antiguo misterio, más hermosa y sugerente que nunca. Me eché a reír, de buena gana. Escribí entonces este poema, que terminó ocupando la segunda página de Oscuro escarabajo. Aquí va, para que lo conozcan quienes tengan curiosidad suficiente.
Analectas
Voy detrás de “analectas”,
palabra que no es nueva
para mí, que alguna vez incluso ya he sabido
qué cosa significa;
acudo a mi teléfono
camino al diccionario,
y nunca llego:
me asomo a algún asunto
que desvía mi atención, sobrevuelo un artículo,
un enlace me lleva a cierto
adjunto (archivo o foto
que miro sin mirar),
y satisfecho al fin de haber rondado,
según me siento,
satisfecho y ufano,
regreso, y las pupilas de nuevo poso entonces
sobre la página del libro,
en donde leo “analectas”
–y me río:
entiendo, en fin, que fui y que vine
en vano, que practiqué
una suerte de circunvalación y me olvidé
del motivo del viaje,
del propósito
de aquella desviación en un recodo
camino al diccionario,
y veo
sobre la página, en donde
sin haberse movido estuvo siempre,
“analectas”
–y la palabra, aunque clavada
todavía en la página, revolotea
ansiosa por salir,
se agita, muda, hermosa,
por que le ayude a liberarse,
misteriosa de nuevo
para mí.
Del latín analecta, -ōrum,
y éste del griego ἀνάλεκτα análekta
“cosas recogidas”.
Más sobre Oscuro escarabajo en este blog:

“Oscuro escarabajo” el poema, seguido de una entrevista, https://bit.ly/2V2lttd;
Leandra, https://bit.ly/2Qmt6cd; Cazadora, https://bit.ly/2N7Hu5v; Imprenta, https://bit.ly/2OvdNM5; Primer ejemplar, https://bit.ly/2SWcER8

