Deseché el proyecto de escribir este pequeño ensayo cuando me di cuenta de que mi espontánea primera suposición carecía de fundamento. Fue al principio de mi lectura de la espléndida biografía de Alfonso Reyes del historiador Javier Garciadiego, publicada recientemente por El Colegio Nacional.

Sólo puede sernos ajeno lo que ignoramos, ensayo biográfico sobre Alfonso Reyes, de Javier Garciadiego. El Colegio Nacional, 2022

En la página 34 de Sólo puede sernos ajeno lo que ignoramos, como se llama el libro, leí los versos “Monterrey de las montañas, / tú que estás a par del río”, los cuales, como es natural, me llevaron de inmediato al arranque de uno de los romances más hermosos del Romancero viejo, cuyas célebres primeras líneas dicen: “Álora, la bien cercada, / tú que estás en par del río”. En diversas ocasiones me he servido yo mismo de este poema para expresar mi entusiasmo por la forma romanceada, como hice por ejemplo en “Retrato de muchacha con pug (Viaje alrededor de mi escritorio, pág. 36).

Viaje alrededor de mi escritorio, serie Las semanas del Jardín, Bonilla Artigas Editores, 2020. Con un epílogo de Adolfo Castañón

Fui al librero para traerlo a mi mesa de trabajo, todavía antes de buscar el poema de Reyes, cuyos respectivos arranque y desarrollo tenía olvidados, siquiera por darme el siempre renovado gusto de volverlo a leer. Si no falta en ninguna de las antologías de romances que tengo a la mano, que alcanzan casi una decena, preferí releerlo en mi ejemplar de Flor nueva de romances viejos de Ramón Menéndez Pidal de la edición de Espasa-Calpe de 1938, uno de los diez libros que salvaría de mi biblioteca, y que, como conté en otra ocasión, rescaté milagrosamente de una caja colocada a un lado de los botes de la basura del edificio donde vivo.

Uno de los diez libros que salvaría de mi biblioteca.

Esta vez, la experiencia de la lectura del bellísimo romance del siglo XV, además de proporcionarme la felicidad acostumbrada, me produjo una especie de iluminación. Me explico: en el momento en que volví a representarme la escena contada en sus versos, la del Adelantado del rey Juan II muerto a las puertas del castillo de Álora cuando pensaba que el edificio, y con él la ciudad, caía en sus manos, por cierto un día domingo, me pareció ver al general Bernardo Reyes en una situación semejante, al ser batido a tiros a las puertas de Palacio Nacional en el momento en que exigía que el emblemático edificio le fuera entregado, el domingo 9 de febrero de 1913. Creí entender que, si no había una delicada alusión hecha a propósito, Alfonso Reyes, un poeta tan conocedor de la tradición poética castellana, necesariamente debió de advertir el parecido entre las dos situaciones, lo cual tenía que hacerle ver en el antiguo romance algo más, algo parecido a lo que acababa de descubrir yo.

Acudí entonces a su poema sobre Monterrey para recrearlo completo, puesto que ya digo que no lo recordaba, pero también por ver si había algún otro detalle que permitiera fortalecer mi incipiente hipótesis, pero sufrí una decepción cuando advertí que “Romance de Monterrey”, como se llama por estar asimismo construido en versos octosílabos, con rima asonante en los pares, aunque educadamente ordenados en tres estrofas, dos extensas y una corta, fue escrito dos años largos antes de la muerte del general Reyes (Constancia poética, OC, X, pág. 52).

«Romance de Monterrey» está fechado el 26 de febrero de 1911, dos años antes de la muerte del padre del poeta.

Al menos a juzgar por las antologías de la obra de don Alfonso que están en mi biblioteca, las cualidades de ese romance de su autoría no han sido valoradas de manera unánime: de cuatro (Villarreal, Deniz, Castañón, Garciadiego), en dos de ellas, las primeras, no aparece, a diferencia de un puñado de poemas seguros que están invariablemente en todas. A mí me gusta mucho: su forma clásica resuelta con gracia y ligereza, como siempre en Reyes; su sentido del humor, inapreciable; fino, en suma, como de costumbre. Cuenta en el romance que pesa sobre su ciudad de nacimiento una desgracia climática: los veranos son secos, lluviosos los inviernos. Pide Reyes a Monterrey que alce una protesta al cielo, sirviéndose de los silbatos de sus fábricas, para que se obre un cambio y caigan sobre la ciudad, al mismo tiempo el fuego y el agua –y así puedan compensarse–. El poeta promete que si lo consigue, añadirá a su nombre el de su ciudad natal. Un ejemplo de su gracia, de su sentido del humor: de cuando en cuando se desborda el río que corre por Monterrey: tanto es así, que al pasar a un lado de la iglesia de la Virgen del Roble, ésta se ve obligada a secar su vestido al sol.

Al ser río la palabra final del segundo verso, y por tanto la que proporciona el patrón de la rima del romance, en í-o terminan todos los versos pares de uno y otro poema, lo cual fortalece, esta vez desde el lado sonoro, la sensación de parentesco que los une. La postura de Reyes frente a este género de poesía está bien expresada en una de las notas con que acompañó sus “Romances del Río de Enero”: “El romance nos transporta a la mejor época de la lengua, trae evocaciones tónicas; la lengua, desperezada, ofrece sola sus recursos. Además […] deja entrar en la voz cierto tono coloquial, cierto prosaísmo que se nos ha pegado en esta época” (Constancia poética, pág. 401). Precisamente hablando de la lengua, el “Romance de Monterrey” ofrece un delicado ejemplo de la constante reflexión de Reyes sobre la naturaleza del castellano, siquiera en su manera de escribir y de hablar; aunque es obvio que la segunda línea de su poema está evocando el segundo verso del poema del siglo XV, no escribe “tú que estás en par del río”, como leemos en el romance sobre Álora, sino “tú que estás a par del río”, poniendo al día esa expresión, llevándola al uso del español de nuestro tiempo. Reyes retoma las palabras del viejo poeta anónimo, pero las actualiza a su modo de habla.

Al concluir la estimulante lectura de la biografía de Garciadiego, y en busca de algunos poemas y ensayos a los cuales se refiere en el libro y faltan en mi incompleta colección de sus obras completas, acudí a la antología de la obra de Reyes que él mismo preparó y dio a conocer en 2015 bajo el sello de FCE, y sobre la cual lo entrevisté en su momento, un día por cierto que tembló durante la transmisión radiofónica y fuimos obligados a interrumpir la conversación para descender a prisa por las escaleras de incendio del edificio de IMER hasta alcanzar el patio, donde, con la respiración todavía un tanto alterada, seguimos hablando de Reyes. Me impresionó que fuera precisamente ése el poema con el que abre Garciadiego la sección poética de su antología (AR, “un hijo menor de la palabra”, FCE, pág. 125), y no por ese hecho en sí mismo, sino porque entendí que, para lo que andaba yo buscando, no importaba que el romance hubiera sido escrito antes de febrero de 1913. El poema no sólo fue recogido por su autor en Huellas, libro inaugural de su poesía, publicado por Andrés Botas e hijos nueve años después de la muerte paterna, en 1922, y luego todavía relanzado en su libro Romances (y afines), editado por Stylo en 1945, sino que bien podía brillar al frente de una selección de sus poemas en un volumen antológico aparecido en el tardío año de 2015, casi un siglo después de su escritura.

Alfonso Reyes, «un hijo menor de la palabra», antología de Javier Garciadiego. FCE, 2015

Entendí que una vez escrito y echado a rodar por el mundo, el poema es en cierto modo una especie de hecho sin tiempo, digamos que ahistórico, cosa que me animó a retomar la idea de escribir este pequeño ensayo. Tampoco por mucho tiempo: casi de inmediato pensé, como es evidente, que el asunto, si es que hay algo que decir, forzosamente debe de haber sido ya atendido por los innumerables conocedores de la obra reyesiana. Como defiende el propio Garciadiego, don Alfonso tiene más estudiosos que lectores, y yo, que formo parte de los segundos, debo moderar mis entusiastas sospechas de descubrimientos literarios, por humildes que éstos sean, y mostrar respeto por quienes sí saben.

Alfonso Reyes. Fuente: internet.

Fue cuando se produjo el giro final, el que me decidió a escribir y publicar este ensayo; reflexioné: ¿y si lanzo la pregunta al numeroso grupo de especialistas en Reyes (algunos de ellos buenos amigos míos)? En algún lugar de los 26 volúmenes de las obras completas, de los 7 tomos de Diarios, de las presentaciones y estudios introductorios de sus más de 70 antologías y de los infinitos estudios dedicados a su vida y su obra y de sus incontables epistolarios, ¿comentarían don Alfonso o alguno de sus investigadores algo al respecto? El general Reyes, un domingo a las puertas de un Álora sin tiempo, muerto en el momento en que exige la entrega de un castillo… En lo que alguien responde, si es que hay algo que responder, me permito copiar el viejo romance siquiera por el siempre renovado gusto de volverlo a hacer. Lo tomo prestado del libro de Menéndez Pidal y lo acompaño de la breve nota con que lo publicó en esa ocasión el gran erudito español.

ROMANCE ANTIGUO

y verdadero de Álora, la bien cercada

Álora, la bien cercada,
tú que estás en par del río,
cercóte el Adelantado
una mañana en domingo,
de peones y hombres de armas
el campo bien guarnecido;
con la gran artillería
hecho te habían un portillo.
Viérades moros y moras
subir huyendo al castillo;
las moras llevan la ropa,
los moros harina y trigo,
y las moras de quince años
llevaban el oro fino,
y los moricos pequeños
llevan la pasa y el higo.
Por encima del adarve
su pendón llevan tendido.
Allá detrás de una almena
quedado se había un morico
con una ballesta armada
y en ella puesto un cuadrillo.
En altas voces diciendo
que del real le han oído:
¡Tregua, tregua, Adelantado,
por tuyo se da el castillo!
Alza la visera arriba
por ver el que tal le dijo:
asestárale a la frente,
salido le ha al colodrillo.
Sacóle Pablo de rienda
y de mano Jacobino,
estos dos que había criado
en su casa desde chicos.
Lleváronle a los maestros
por ver si será guarido;
a las primeras palabras
el testamento les dijo.

Yendo en mayo de 1434 el rey Juan II de Aguilafuente a Castilnovo, le llegaron dos mensajes sucesivos anunciándole la alevosa herida en el rostro recibida por el adelantado Diego de Ribera al combatir el castillo de Álora y noticiándole después la muerte consiguiente. Estas nuevas de la frontera circulaban por todo el país en forma de romances como el presente, el cual, gracias a una alusión de Juan de Mena (1444), sabemos fue escrito a raíz del suceso que relata. Entre los modelos de poesía épico-lírica debe figurar siempre, esta composición, insuperable en su sencillez imaginativa y emocional; la rapidísima narración logra actualizar delante de nuestros ojos el movido episodio de combate y traición. (Ramón Menéndez Pidal)

Alfonso Reyes.
Fuente: internet.

Más sobre Reyes en Siglo en la brisa:

Alfonso Reyes y su perro Kola.

Más sobre poesía clásica en este blog:

Tres sonetos (eróticos) dorados.

Un soneto de Lope de Vega.

Los versos marinos de Francisco de Aldana.

Sobre Andrés Fernández de Andrada.

Poesía y tradición.

Sobre La Gatomaquia (discurso de ingreso al Seminario de Cultura Mexicana).

Un comentario en “Pequeño ensayo alfonsino

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