
Hace poco más de veinte años escribí el romance que justifica este post. En 2002, al poco de llegar a vivir a Asturias, mis amigos Javier y Manolo Niembro, de Asiego de Cabrales, me pidieron un poema para colgarlo en una de las paredes del bar de su familia. Mi llegada a la tierra de mi madre y mis abuelos coincidió con mi interés por ese género de poesía, y la feliz coincidencia, quiero decir la de mis primeras experiencias con el lugar y sus habitantes, y mis lecturas del Romancero, se tradujo en toda suerte de ensayos de escritura octosilábica.

En Palinodia del rojo (Aldus, 2010) hay al menos dos poemas escritos en forma de romance, y ambos son de esa época: “La muñeca rusa” y “Retrato de muchacha con pug” (en dos entregas: la segunda, aquí). Otros quedaron sin publicar, como el que justifica esta entrada de Siglo en la brisa. “En una pared de Casa Niembro”, como comprobará quien lo lea, tenía el propósito de servir de bienvenida a los viajeros que asomaran por aquellos andurriales cabraliegos, y de presentación de ciertos personajes con quienes podrían encontrarse una vez allí: el Picu Urriellu, Guillermina, el Inglés, Alberto el de Clementina, el orbayu…


Una excesiva autocrítica, de la cual no necesariamente me arrepiento, me hizo recortar el poema y entregar a los hermanos Niembro sólo los versos dedicados a Guillermina, su abuela, que colgaron durante una temporada (si es que no lo hacen todavía) en una de las paredes del bar de sus padres. La versión íntegra era inédita hasta el día de hoy; dos décadas después, no me parece que desmerezca recogerse en este cuaderno en línea.

Dos hechos de estos días fortalecen mi intención de hacerlo: la lectura estutaria de la Academia Mexicana de la Lengua hecha por Liliana Weinberg el pasado jueves 13 de abril (un ensayo narrativo escrito a partir de su relación con un romance oído por ella de niña en labios de su madre), y la invitación a ofrecer una plática sobre uno de mis libros preferidos y uno de los diez que salvaría de mi biblioteca, Flor nueva de romances viejos, de Ramón Menéndez Pidal, que me ha extendido la corresponsalía del Seminario de Cultura Mexicana de León para llevarse a cabo durante la feria del libro de esa ciudad el próximo 13 de mayo.

En una pared de Casa Niembro
A mi abuela Fernanda
Venturoso peregrino
Que llegas a Casa Niembro:
El palo de caminante
Depón, y cuantos aperos
Contigo traes del camino
Y descúbrete el sombrero,
Que estos altos alcanzando
Llegas al pueblo de Asiego;
Pide un queso de Cabrales
De la mujer del Moreno,
Pide una sidra de Budia
Y unos chorizos caseros,
El pensamiento serena
Y haz que te lean estos versos,
Escritos peor que sentidos
Que sentidos son primero.
Si el buen clima acompañara
Y este día hiciera bueno
Verás los Picos de Europa
Y, destacando entre ellos,
De este paraje enmarcada
Con un ángulo perfecto
Y a una distancia tan justa
Que enamora sólo verlo,
Aquella cima verás
Que al abuelo de mi abuelo
Fascinaba, y a sus padres
Y a sus abuelos primero,
Y así por generaciones,
Cuando los tatarabuelos
De las edades remotas
Eran apenas los nietos,
Aquel Naranjo de Bulnes
Que llamamos Picu Urriellu,
Maravilla hecha en caliza
Con las edades y el hielo.
Fíjate bien, que es seguro
Que en uno u otro momento
Pequeña verás pasar
En haz de luz con sosiego
(Que un haz de luz sosegada
Es normal que sea pequeño),
A una niña de ocho décadas
Que en un discreto silencio
Entra y sale de este sitio
O que asciende aquel recuesto,
Con un cesto de patatas
O unas berzas contra el pecho:
Llámala, que es Guillermina,
Pariente mía por lo Bueno,
Que es por familia en mi caso
Y en el suyo es por lo cierto;
Si es posible, habla con ella:
De las hijas de este suelo
Ella es acaso la última
De los días en que un provecho,
Un destino entrelazado
Y un mismo amor verdadero
Eran el hombre y la tierra:
Busca en sus ojos sinceros
Lo mejor de ti, que acaso
En ellos veas tu reflejo,
En sus dos mínimos ojos,
Húmedos, niños y bellos.
Y en el Land Rover azul
Con que humilla los senderos,
El rigor de los aludes
Y los agrios derroteros,
Es bien posible que veas
Bajo una gorra de fieltro
Al cabraliego de Albión,
Aquel inglés del Cotero
Que conoce como nadie
De los Picos los secretos,
Los caminos espaciosos
Y los raros vericuetos,
A quien suelo llamar Lawrence
Si no de Arabia, de Asiego;
La pasión por estos rumbos
Mira en sus ojos de fuego
Y su amor por esta gente
Oye en su voz con acento:
Que a veces, cuando se juntan
Algunos que son del pueblo,
Por sus giros, si es que habla,
Y sus risas y sus gestos,
Entre quienes son nativos
Es el menos forastero.
Y si quieres las canciones
Que oían nuestros ancestros
Escuchar interpretadas
Con un genuino misterio,
Al hijo de Clementina
Busca, al herbolario, al médico
De la cátedra rural
Y del porte digno, a Alberto
Llama si quieres oír
Cantar al sueño en el tiempo;
Que te diga has de pedirle
Aquel hermoso lamento
Cuando salí de Cabrales
Y otros de igual sentimiento,
Pero dile que los cante
Como lo hace entre los cuetos,
Cuando solo, entre sus cabras,
Canta con tristes acentos,
Con los ojos verdihondos
Y las manos como cuencos,
Y el recuerdo de su madre
Como una tromba de duelo
Baja a morir vuelto lágrimas
Contra el peñasco del ceño.
Venturoso peregrino
Que visitas Casa Niembro:
El palo de caminante
Retoma, y cuantos aperos
Contigo traes del camino,
Ponte otra vez el sombrero
Y sal con nuevas razones
A ver el pueblo de nuevo;
Si llueve, el agua caer
Como si fuera en un sueño
Verás, y es harto probable
Que algo de un sueño haya en ello:
Como el brote de la encina
Y los renuevos del tejo,
Que sobre un verde más hondo
Dan constancia de otro tiempo
Y el presente y el pasado
Convive entonces en ellos,
En los prados y en las casas
Y en las calles de este pueblo,
De las muertes y las vidas
Los más constantes recuerdos
Y las memorias constantes
Reúnen a vivos y muertos
Y en ocasiones como ésta,
Si alguna vez irse creyeron,
Aquellos, los que nos faltan,
Los que se fueron primero,
Con esta lluvia regresan
Gracias al agua del cielo.
Se llama orbayu esta lluvia:
Cuando orbaya lo sabemos,
Que nadie, ninguno, nunca
Se va de aquí por entero.

Como siempre, agradable y sentido leerte Fernando.
Un abrazo
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¡Mil gracias, querida Pilar! Un abrazo muy cariñoso.
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