Hace poco más de veinte años escribí el romance que justifica este post. En 2002, al poco de llegar a vivir a Asturias, mis amigos Javier y Manolo Niembro, de Asiego de Cabrales, me pidieron un poema para colgarlo en una de las paredes del bar de su familia. Mi llegada a la tierra de mi madre y mis abuelos coincidió con mi interés por ese género de poesía, y la feliz coincidencia, quiero decir la de mis primeras experiencias con el lugar y sus habitantes, y mis lecturas del Romancero, se tradujo en toda suerte de ensayos de escritura octosilábica.

Asiego de Cabrales, con la carretera que baja del pueblo, recién inaugurada. La foto estaba entre los papeles de mi abuelo, quien la recibió en México remitida por su cuñado Ángel Álvarez Bueno. Hay un post dedicado expresamente a ella.

En Palinodia del rojo (Aldus, 2010) hay al menos dos poemas escritos en forma de romance, y ambos son de esa época: “La muñeca rusa” y “Retrato de muchacha con pug” (en dos entregas: la segunda, aquí). Otros quedaron sin publicar, como el que justifica esta entrada de Siglo en la brisa. “En una pared de Casa Niembro”, como comprobará quien lo lea, tenía el propósito de servir de bienvenida a los viajeros que asomaran por aquellos andurriales cabraliegos, y de presentación de ciertos personajes con quienes podrían encontrarse una vez allí: el Picu Urriellu, Guillermina, el Inglés, Alberto el de Clementina, el orbayu

Guillermina (1917-2010), uno de los personajes más entrañables de Asiego de Cabrales por los días en que llegué a vivir a Asturias. En Oriundos hay un capítulo dedicado enteramente a ella. En la foto, en Sotres de Cabrales, abril de 2005. Foto: FF
Alberto el de Clementina, captado el lluvioso día que los Reyes de España estuvieron en Asiego de Cabrales para la entrega del Premio de la Fundación Princesa de Asturias al Pueblo Ejemplar 2019. Fue el 19 de octubre de ese año. Foto: FF

Una excesiva autocrítica, de la cual no necesariamente me arrepiento, me hizo recortar el poema y entregar a los hermanos Niembro sólo los versos dedicados a Guillermina, su abuela, que colgaron durante una temporada (si es que no lo hacen todavía) en una de las paredes del bar de sus padres. La versión íntegra era inédita hasta el día de hoy; dos décadas después, no me parece que desmerezca recogerse en este cuaderno en línea.

Dos hechos de estos días fortalecen mi intención de hacerlo: la lectura estutaria de la Academia Mexicana de la Lengua hecha por Liliana Weinberg el pasado jueves 13 de abril (un ensayo narrativo escrito a partir de su relación con un romance oído por ella de niña en labios de su madre), y la invitación a ofrecer una plática sobre uno de mis libros preferidos y uno de los diez que salvaría de mi biblioteca, Flor nueva de romances viejos, de Ramón Menéndez Pidal, que me ha extendido la corresponsalía del Seminario de Cultura Mexicana de León para llevarse a cabo durante la feria del libro de esa ciudad el próximo 13 de mayo.

Guillermina, en este precioso retrato hecho por su nieto Javier Niembro, que está incluido en Oriundos.

En una pared de Casa Niembro

A mi abuela Fernanda

Venturoso peregrino

Que llegas a Casa Niembro:

El palo de caminante

Depón, y cuantos aperos

Contigo traes del camino

Y descúbrete el sombrero,

Que estos altos alcanzando

Llegas al pueblo de Asiego;

Pide un queso de Cabrales

De la mujer del Moreno,

Pide una sidra de Budia

Y unos chorizos caseros,

El pensamiento serena

Y haz que te lean estos versos,

Escritos peor que sentidos

Que sentidos son primero.                                 

Si el buen clima acompañara

Y este día hiciera bueno

Verás los Picos de Europa

Y, destacando entre ellos,

De este paraje enmarcada

Con un ángulo perfecto

Y a una distancia tan justa

Que enamora sólo verlo,

Aquella cima verás

Que al abuelo de mi abuelo

Fascinaba, y a sus padres

Y a sus abuelos primero,

Y así por generaciones,

Cuando los tatarabuelos

De las edades remotas

Eran apenas los nietos,

Aquel Naranjo de Bulnes

Que llamamos Picu Urriellu,

Maravilla hecha en caliza

Con las edades y el hielo.

Fíjate bien, que es seguro

Que en uno u otro momento

Pequeña verás pasar

En haz de luz con sosiego

(Que un haz de luz sosegada

Es normal que sea pequeño),

A una niña de ocho décadas

Que en un discreto silencio

Entra y sale de este sitio

O que asciende aquel recuesto,

Con un cesto de patatas

O unas berzas contra el pecho:

Llámala, que es Guillermina,

Pariente mía por lo Bueno,

Que es por familia en mi caso

Y en el suyo es por lo cierto;

Si es posible, habla con ella:

De las hijas de este suelo

Ella es acaso la última

De los días en que un provecho,

Un destino entrelazado

Y un mismo amor verdadero

Eran el hombre y la tierra:

Busca en sus ojos sinceros

Lo mejor de ti, que acaso

En ellos veas tu reflejo,

En sus dos mínimos ojos,

Húmedos, niños y bellos.                                           

Y en el Land Rover azul

Con que humilla los senderos,

El rigor de los aludes

Y los agrios derroteros,

Es bien posible que veas

Bajo una gorra de fieltro

Al cabraliego de Albión,

Aquel inglés del Cotero

Que conoce como nadie

De los Picos los secretos,

Los caminos espaciosos

Y los raros vericuetos,

A quien suelo llamar Lawrence

Si no de Arabia, de Asiego;

La pasión por estos rumbos

Mira en sus ojos de fuego

Y su amor por esta gente

Oye en su voz con acento:

Que a veces, cuando se juntan

Algunos que son del pueblo,

Por sus giros, si es que habla,

Y sus risas y sus gestos,

Entre quienes son nativos

Es el menos forastero.                                                

Y si quieres las canciones

Que oían nuestros ancestros

Escuchar interpretadas

Con un genuino misterio,

Al hijo de Clementina

Busca, al herbolario, al médico

De la cátedra rural

Y del porte digno, a Alberto

Llama si quieres oír

Cantar al sueño en el tiempo;

Que te diga has de pedirle

Aquel hermoso lamento

Cuando salí de Cabrales

Y otros de igual sentimiento,

Pero dile que los cante

Como lo hace entre los cuetos,

Cuando solo, entre sus cabras,

Canta con tristes acentos,

Con los ojos verdihondos

Y las manos como cuencos,

Y el recuerdo de su madre

Como una tromba de duelo

Baja a morir vuelto lágrimas

Contra el peñasco del ceño.

Venturoso peregrino

Que visitas Casa Niembro:

El palo de caminante

Retoma, y cuantos aperos

Contigo traes del camino,

Ponte otra vez el sombrero

Y sal con nuevas razones

A ver el pueblo de nuevo;

Si llueve, el agua caer

Como si fuera en un sueño

Verás, y es harto probable

Que algo de un sueño haya en ello:

Como el brote de la encina

Y los renuevos del tejo,

Que sobre un verde más hondo

Dan constancia de otro tiempo

Y el presente y el pasado

Convive entonces en ellos,

En los prados y en las casas

Y en las calles de este pueblo,

De las muertes y las vidas

Los más constantes recuerdos

Y las memorias constantes

Reúnen a vivos y muertos

Y en ocasiones como ésta,

Si alguna vez irse creyeron,

Aquellos, los que nos faltan,

Los que se fueron primero,

Con esta lluvia regresan

Gracias al agua del cielo.

Se llama orbayu esta lluvia:

Cuando orbaya lo sabemos,

Que nadie, ninguno, nunca

Se va de aquí por entero.

El Picu Urriellu visto desde Asiegu. El óleo, de 1973, es de Tejerina. Un post al respecto puede leerse aquí.

2 comentarios en “En una pared de Casa Niembro

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