Uno de los últimos testimonios sobre la vida de Ramón López Velarde lo ofreció su amigo y tutor Eduardo J. Correa. Tal como contó más tarde el periodista de Aguascalientes, se encontraron en la calle de Madero y se metieron al atrio del templo de San Felipe, donde tuvieron una breve plática. Correa quiso abonar, con el relato de lo que hablaron ese día, en favor de la divulgación de la muy conocida debilidad de su joven amigo ante los impulsos de la carne, e hizo de la escena la última representación de la distancia, originada por razones políticas, que terminó ensanchándose entre ellos. Según su recuerdo, López Velarde dijo “que estaba planeando un viaje al viejo mundo”, donde “deseaba gozar intensamente de la belleza de las circasianas”, un viaje que, como todos sabemos, no pudo verificarse puesto que no mucho después enfermó y murió. En una ocasión (14 de octubre de 2009) le pregunté a Juan Almela (el poeta Gerardo Deniz) qué es lo que López Velarde tenía en mente cuando utilizó, al menos en el relato de Correa, la palabra “circasianas”. He aquí su respuesta.

Zozobra, ejemplar de la primera edición del gran libro de López Velarde (1919), tal como se exhibió en Querétaro en diciembre de 2021.

—¿Te acuerdas del episodio que contó Eduardo J. Correa de la última vez que vio a López Velarde? Creo que se encontraron en el atrio de San Felipe, cerca de donde te encontraste aquella vez a Francisco Monterde. Correa le dijo: “Viene el cumpleaños de tu madre, ¿por qué no te confiesas y te acercas otra vez a la Iglesia y le das ese gusto?”

—[Irónico:] Era muy ortodoxo López Velarde.

—Parece que Ramón le contestó que iba a hacerlo pero que primero pensaba hacer un viaje a Europa donde…

—Donde pensaba tirarse a muchas circasianas.

—Exacto. Es lo que quería preguntarte. ¿Qué es eso?

—Pues los cherqueses, un pueblo caucásico del norte, del noroeste. Que son los cherqueses, los abjases y los ubijes… Son las señoras y señoritas de Circasia. Bueno, ahora ya no sé, pero en tiempos soviéticos era la República Autónoma Kabardino-Balkar, cosas extrañas…

—¿Kabardino?

Juan Almela, retratado por Conchita Perales en el Zócalo en 1991, a los 57 años de su edad. Archivo de FF

—Sí. Es que el Kabardo… Así se llama un cuarteto de Prokófiev, Cuarteto Kabardo, de cuando estuvo en la Segunda Guerra Mundial. Mandaron a los intelectuales soviéticos, no fueran a matarlos los nazis, al Cáucaso, y luego como los alemanes iban que volaban al Cáucaso, donde hay petróleo, los mandaron al Alma-Atá, que eso ya es en Kazajstán, en el Asia central… Bueno, las circasianas, al igual que las georgianas, que son también del Cáucaso pero del sur de la cadena, tenían fama de bellísimas. Eran muy buscadas en Turquía, para los serrallos de los señores turcos, que nunca fueron tan opulentos como se piensa ni mucho menos tan cachondos como se dice porque en general la mandamás del harén era la mamá del señor dueño de las odaliscas —palabra turca: “oda” es “habitación”, “recámara”; “lik” es “lo indicado para”. Odalik es “lo indicado para la alcoba”. Ésas son las odaliscas.

—…

—En fin, el hecho es que los turcos tenían por joyas de sus serrallos a georgianas y circasianas. Entre ellas se le pasaban engordando, comiendo pastelitos franceses y de vez en cuando, cuando se peleaban, cuando una le caía gorda a la otra, le echaba polvos de bigote de tigre y se moría. O bien la más poderosa hacía que un par de eunucos tuvieran abierto un saco y el tercero la agarraba a la pobre, la metía en el saco, lo amarraban, y, plop, al Bósforo, donde se hundía… El colmo de la crueldad era meterla con un gallo y un gato. Cerraban el saco y entonces lo echaban al agua para que la mujer muriese, desgarrada además, por el gato y el gallo ahogándose y peleando y arañando y picoteando y dando espolonazos el gallo, y el gato para qué te cuento… Cuando se lo conté a Miret, me dijo: “Mira, si me han de echar al Bósforo en un saco, pueden meterme con un gallo y un gato, o pueden echarme un despertador dentro del saco, que está todo fatal… Me da igual, gallos, gatos o un despertador”. Lo cual sobrevive en un texto de “Los 20 000 lugares bajo las madres”, en Gatuperio, en que el Capitán Nemo le dice al señor Aronnax que vamos a echar al agua a la adúltera en un saco en compañía de un despertador, para que pene y así…

Una joven «circasiana» de Barnum, 1870. (Foto y pie informativo, tomados de la Wikipedia).

—…

—Seguramente en París debía haber algún burdel especializado en caucásicas, y… capaz que, como dicen… Era perfectamente posible. O quizás [López Velarde] sólo aludía a mujeres blancas y guapas… Te confieso que no he visto ninguna, de las pocas que he visto en fotos, que me parezca entusiasmante. Y además las mujeres blancas, blancas, blancas, no me laten, aun cuando, en fin, todo tiene su lugar, pero no hay como los colorcitos tostaditos y hasta tostadotes. Ahí sí me falta completamente experiencia con la negrita que se quedó esperándome en Dakar, en Senegal, que sería bien negrita.

La majestad de lo mínimo, Bonilla Artigas Editores, 2021.

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