
Hace tres o cuatro sábados pasé por delante de la casa donde vivió y murió López Velarde. Iba por la banqueta contraria, camino a Insurgentes, con rumbo a una comida en el departamento de unos amigos. Cuando vi los cuatro cipreses italianos que están enfrente del edificio, recordé el ciprés contristado de la huerta conventual de uno de sus poemas más conseguidos. Me prometí espigar en sus páginas al menos otros tres, para acompañar estas fotos de los cuatro que se alzan en la acera delante de su vieja casa, airosos, sanos, bellísimos, como un homenaje vivo al eterno poeta. He aquí el resultado.

Hoy como nunca…
Fuera de mí, la lluvia; dentro de mí, el clamor
cavernoso y creciente de un salmista;
mi conciencia, mojada por el hisopo, es un
ciprés que en una huerta conventual se contrista.
(Obras, FCE, segunda edición, México, 1990, pág. 179)

Foto tomada de la red.
La doncella verde
En la luz teologal de tus dos ojos claros
se surten las luciérnagas, las joyas y los faros.
Rayan la oscuridad del más oscuro mes
las puntas de esmeralda de tus ínclitos pies.
Y tapizas el antro submarino, y la armónica
cuita de los cipreses, y la paleta agónica.
(Obras, pág. 205)

Las santas mujeres
Agobiadas de flores, las diaconisas de la eterna clemencia nos acompañaron al sepelio. Difundían, en el agrio dolor viril, hálitos de azahar. Sus ojos, sedantes como los de Santa Lucía, parpadeaban entre los cipreses. Se agigantaron en el crepúsculo otoñal. Entonces los hombres nos confesamos, de castidad a castidad, menos tristes y más pequeños, junto a la estatura de ellas, que levantaban sus brazos, píos y ornamentales, edificando la arcada alegórica del funeral.
(Obras, pág. 300)

Noviembre
Noviembre, alguacil con tos, noche en que rueda sin mulas la tartana del infierno: sombra de ciprés que abrocha la tapia con la banqueta, para aplastar al gallo de la Pasión, como a un zancudo entre las hojas de un libro de magia negra.
(Obras, pág. 304)

velardiano de 2014

AUIEO/Conaculta, 2014
Foto: Alicia Sandoval
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No había reparado en los cipreses de Ramón López Velarde, yo tengo dos fuera de mi casa.
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Un abrazo hasta tierras velardianas, querido Armando.
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