
Mi amigo, el periodista Eduardo Olivares, me hizo una inteligente entrevista sobre Oriundos que se mantiene inédita. Hacia el final de su cuestionario, incluyó esta amable petición: “Describe una breve escena que hayas eliminado de la edición final del libro. Una que quizás consideraste fuera de lugar o de contexto, o que simplemente no incluiste por la razón que hayas tenido”.

No tuve que pensarlo mucho: esa escena, le contesté, es la última visita que hizo Fernando Bueno a la tumba de su mujer, una vez que decidió volver para siempre a España en la segunda mitad de los años veintes. Era su prima hermana y se llamaba Florentina Bueno.

Él había conseguido que ella viajara desde Asturias para encontrarse con él, una vez que la fortuna empezó a sonreírle en México. Aquí, Fernando y Florentina fueron padres en tres ocasiones. La tercera resultó fatal: ella murió el día que bautizaron a un niño a quien, en su memoria, llamaron Florentino (y cuyos apellidos eran, por supuesto, Bueno Bueno).

Foto: FF.
El texto no incluido en Oriundos, que se acompañaba de la foto que Fernando Bueno fue a hacerse a la tumba de su prima, tenía el propósito de señalar el dolor y quizás la culpa de quien, a pesar de que se marchaba para siempre de México con todo lo que tenía, debía renunciar a llevarse consigo los restos de su mujer. Lo curioso es que, aunque él volvió definitivamente a Asturias, donde murió un cuarto de siglo más tarde, la gran mayoría de los descendientes de aquel matrimonio vive hoy de este lado del océano, en México, como si el cuerpo de Florentina, más que enterrado, hubiese quedado sembrado aquí, digamos que como una promesa de cuanto vendría después.

Foto: archivo FF
Reproduzco a continuación esa página no incluida en la versión final de Oriundos, acompañada de la foto a la que el texto hace referencia, para que la conozca mi amigo Eduardo Olivares y con él los lectores curiosos de mi libro y los amigos y parientes de México y Asturias que se asoman a este blog.

Panteón
El reguero de tierra húmeda, el cielo blanquecino de una mañana de primavera cuyo clima tiene algo que es sí y es no, todo me hace entender, hasta lo que no entiendo.
Un hombre providente, que no dejó nada al azar, vendió casi todas sus posesiones y firmó su testamento, impulsó a su sobrino Santos y volvió a Asturias para vivir el resto de su vida en un retiro apacible. ¿Por qué no llevó consigo los restos de su mujer?

Foto: archivo FF
De la tumba de Florenta Veneranda Bueno Alonso, enterrada en el Panteón Español de la Ciudad de México en agosto de 1916, tuve durante mucho tiempo sólo la imagen de una pequeña fotografía entrevista fugazmente que tomó quién sabe quién, no se sabe cuándo: un rincón oscuro y apartado de todo, con el que ninguno de nosotros tenía nada que ver. Literalmente, en mi caso: yo nunca fui a visitarla.
Según indicaciones de Fernanda, quien durante toda su vida lo hizo el Día de Muertos de cada año y cada vez que se preparaba para un viaje, su madre está enterrada cerca de la puerta del cementerio, a la derecha, según se entra. Y todo este tiempo he imaginado una lápida polvorienta, quizás ya sin la cruz con el Sagrado Corazón y la columna que ponía: “Recuerdo de su esposo é hijos”.

Hasta que vi entre las fotos de su álbum, cuando estuve en México en la fiesta de sus noventa años, esta otra, y gracias a ella entiendo. Se trata de una foto bien conservada, enmarcada en un rectángulo negro de esquela mortuoria en la que aparece su padre, vestido de luto, de camisa blanca y bombín. Con la mano izquierda se agarra a una vela enorme, de las dos que hacen la guardia al pequeño túmulo. Flores frescas, traídas para la ocasión: cuatro floreros, dos a los pies y dos a la cabeza de la tumba. Una estupenda corona delante.
¿Cuándo se tomó esta foto? Desde luego, el padre de Fernanda no es el mismo de las fotos inmediatamente anteriores a su partida; está más flaco; unas arrugas verticales, que lo hacen parecer sonriente cuando no sonríe, subrayan la delgadez de su rostro; su bigote, más tupido que nunca, parece el de un cómico de cine mudo, lo que lo hace parecer más trágico. A pesar de su elegancia, hay un toque de abandono que denota la pérdida que ha sufrido.
Quizás una vez que ha sido colocada la lápida con los datos de su mujer, ha contratado a un fotógrafo, acaso el mismo que sacará las placas de su negocio a punto de irse definitivamente a Asturias y se dirige con él una mañana de primavera a finales de la primera década del siglo al Panteón Español de la ciudad de México. Es una forma de dar, una vez de regreso en Cabrales, cuenta de su prima muerta, de recordarla de una forma de las únicas posibles, de llevársela consigo aunque no se la lleve en realidad.

En 1927, Fernando Bueno volvió a Asiego pensando que con él volvía todo lo que tenía, incluso Florentina siquiera en esta foto, pero ahora la inmensa mayoría de sus descendientes, la casi media centena que somos de este lado, una de sus hijas y sus nietos, sus bisnietos y sus tataranietos estamos no allá sino aquí, no en España sino en México, del lado en el que quedó Florentina y no de aquel a donde él fue a morir. ¿Cómo se obró ese milagro?
Entonces caigo en la cuenta del significado que tiene el rincón olvidado que esta foto representa, y el cuerpo de Florentina sembrado en él. Vuelvo a ver el reguero de tierra húmeda y siento, aunque por motivos opuestos, debajo de este cielo que tiene un sí y un no, un idéntico estremecimiento al que sintió Fernando Bueno en el mismo exacto instante ochenta años después.
Más sobre Oriundos en este blog:

(Cataria, Asturias, 2019)
Oriundos ya está en Asiego, https://bit.ly/2VVMgIc; La edición, https://bit.ly/2ES60qb; El arroz Covadonga, https://bit.ly/2IxEVe8; Boda civil, https://bit.ly/2E21GmO; Santos, 1923, https://bit.ly/2CGCxir; Antonio Poo, https://bit.ly/2zgKjzi

3 comentarios en “Una página no incluida en Oriundos”