
Mi amigo Israel Ramírez, atento siempre a cuanto pueda enriquecer su conocimiento de la poesía y los poetas mexicanos, me pide información sobre un retrato bastante raro de Xavier Villaurrutia que acabo de publicar en twitter. A pesar de que el dibujo aparece en las páginas de un pequeño libro que está en mi biblioteca, yo tampoco lo conocía, o si lo vi alguna vez lo tenía olvidado.


Xavier Villaurrutia, entre líneas; dibujo y pintura reunidos y ojeados por Luis Mario Schneider, como se llama el libro que de buenas a primeras no recuerdo cómo llegó a mi poder, fue publicado en 1991 por un sello aparentemente del propio Luis Mario, o suyo y de Ricardo Noriega, su amigo y socio diseñador gráfico. En realidad, ahora que me fijo en la fecha me doy cuenta de que deben habérmelo dado uno u otro porque para ese año ya los había conocido, y hasta había editado con ellos, y con Sofía Urrutia, mi primer libro (en realidad, una plaquette llamada El ciclismo y los clásicos).

Diseñado con buen gusto e impreso en materiales bien escogidos, pero salpicado de erratas, el pequeño volumen da a conocer un amplio ensayo de Schneider, tanto sobre los dibujos y las pinturas de Villaurrutia como sobre los retratos que se hicieron de él.


Además del ensayo, el libro contiene las imágenes aludidas en el texto, más una buena colección de dibujos del propio poeta y hasta un óleo de su autoría, el único que Luis Mario pudo ver con sus propios ojos y que le fue obsequiado por Elías Nandino.

He caído en el librito, del que bien sabía que estaba allí pero que apenas había hojeado en otras ocasiones, porque he terminado recalando en la poesía de Villaurrutia. Fue después de volver a leer con el provecho de siempre su gran ensayo sobre López Velarde, el más extenso de los dos que escribió sobre el poeta de La sangre devota, y todavía después de pasearme de nuevo por el libro que Octavio Paz le dedicó a él y que tampoco había abierto en largo tiempo.

Ya conté en otro sitio cómo y cuándo conocí a Schneider y el papel que jugaron en el inicio de nuestra amistad los dibujos de Villaurrutia cuando eran todavía inéditos, y cómo los puso a mi disposición para que mis amigos y yo, estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras que hacíamos una modesta revista literaria llamada Alejandría, los incluyéramos en ella.

Facultad de Filosofía y Letras, finales de los años ochentas.
La revista se hacía de manera casi artesanal, a máquina de escribir y con pegamento, sobre los restiradores del taller de Alberto Kalach… Nada de eso le importó a Luis Mario: con generosidad característica, nos transfirió el gusto de ser nosotros quienes los diéramos a conocer al poco tiempo de su descubrimiento. (Por desgracia, no relata nuestro amigo, o no al menos en esta ocasión, el modo en que dio con ellos…)

Entre los dibujos de Villaurrutia, además de los que hizo para acompañar su trabajo teatral o ilustrar alguno de sus libros, e incluso los que elaboró para las portadas de El libro y el pueblo, hay algunos retratos notables de algunos de sus contemporáneos como Gilberto Owen o Genaro Estrada, José Gorostiza y Alfonso Reyes.
Entre los muchos documentos que enriquecen el pequeño volumen destaca una reproducción del manuscrito de “Nocturno de los ángeles”, el poema de Villaurrutia que tanto le gustaba a Paz; apareció entre los papeles de Carlos Pellicer y está ilustrado con imágenes de muchachos jóvenes, “un torbellino envolvente y arrebatado”, escribe Schneider, de “rostros, cuerpos de ‘ángeles’ que inundan las calles de la ciudad, pero también y sobre todo anegan el deseo y la sensibilidad que la oscuridad propicia”.

De entre los retratos hechos al poeta y reproducidos y comentados en las páginas del libro, destacan los dibujos de Tamayo, Roberto Montenegro, Orozco Romero, Agustín Lazo y Miguel Covarrubias, y el óleo de Juan Soriano, obras todas ellas más o menos conocidas.

El que ha atrapado especialmente mi atención es el del pintor japonés Tamiji Kitagawa, de quien leo en una ficha en línea de la Colección Blaisten que nació en 1894 en Shizokua y llegó a México en 1921, después de una etapa de estudios en Nueva York. Siempre según la misma fuente, aquí participó “en el movimiento de los años veinte y treinta conocido como ‘Renacimiento mexicano’”. Éste es el resto de la nota:

Fuente: Wikipedia
Fue alumno de la Escuela al Aire Libre de Pintura —el proyecto de enseñanza promovido por el pintor Alfredo Ramos Martínez— inspirado por el paisaje pictórico ‘Plein air’, recuperando la fuerza de expresión del color y dándole nuevo valor a la ingenua espontaneidad en el tratamiento plástico. Kitagawa asimiló y adoptó los métodos pictóricos de las escuelas de Tlalpan y Taxco, siendo ésta última fundada y dirigida por él hasta su regreso a su ciudad natal en 1936. En Japón, introdujo el estilo mexicano al pintar sus paisajes y su gente […] enriqueciéndolo con tradiciones locales tales como [el] Ukiyo-e. Esto le trajo prestigio y reconocimiento como pintor japonés. En los años cincuenta, regresó a México por poco tiempo y bajo nuevas influencias, principalmente del artista Rufino Tamayo cuyo trabajo admiraba […].


Según Schneider, lo que dice la imagen del lado izquierdo, en caracteres japoneses y color rojo, no es otra cosa que el nombre del poeta. Desde luego, nada de lo que vemos en el dibujo se parece al simpático mexicanismo de cuanto se conserva de Kitagawa en la Colección Blastein. Pero la firmeza del trazo, la línea depurada, la claridad de la expresión, la limpia delicadeza toda que emana el dibujo se ajustan perfectamente a la percepción que tenemos de la persona de Villaurrutia. Tanto me ha gustado dar con la imagen que le hecho una foto con mi teléfono celular y la he publicado en twitter, en donde la ha visto mi amigo Israel Ramírez. Dedico este post a él, con mi agradecimiento y mi afecto invariables.

Más sobre Luis Mario Schneider en Siglo en la brisa: Una evocación, http://bit.ly/1fEvsw4; Alejandría, http://bit.ly/1cPgFw9; Dibujos inéditos de Xavier Villaurrutia, https://bit.ly/2xIJxuv

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