A tres días de que concluya 2023, reproduzco el texto que sirve para presentar la edición de El minutero aparecida hace unos meses en la serie Poemas y Ensayos de la Universidad Nacional Autónoma de México. Este año se han cumplido cien de la publicación del volumen que reúne parte de la mejor prosa de Ramón López Velarde (1888-1921), uno de los libros más sugerentes, extraños y hermosos de la literatura mexicana del siglo pasado. En el texto se adelantan los detalles de la edición, en la que aceptaron participar mis colegas Luis Vicente de Aguinaga y Carlos Ulises Mata. El libro se consigue fácilmente a través del portal Libros UNAM.

Presentación

Fernando Fernández

Resulta llamativo el que una palabra errónea, situada en uno de los lugares más visibles de la obra de Ramón López Velarde, haya sobrevivido durante cien años sin que nadie haya reparado como es debido en ella. Brilla, suficientemente anómala, nada menos que en la primera página de El minutero, al principio de uno de los poemas más leídos, citados y comentados del zacatecano. En el cuarto párrafo de “Obra maestra”, leemos: “Con un hijo, yo perdería la paz para siempre. No es que yo quiera dirimir esta cuestión con orgullos o necias pretenciones”. Para cualquiera que lea con el interés de entender todas las palabras, puesto que cree en la integridad de la obra artística, y porque cada una de ellas, en consecuencia, es crucial para el cumplimiento del poema del cual forma parte, la que hemos subrayado parece no tener sentido y por ello exige nuestra atención.

Lo primero es su rareza: no es que no esté consignada en el diccionario, sino que, al menos en México, no se usa (y no vuelve a aparecer en la obra de nuestro poeta). Una posibilidad es que se trate de una falta ortográfica. ¿Será más bien, como parece indicar el sentido común, “pretensiones”? No somos los únicos que nos lo hemos preguntado, aunque no lo haya hecho así José Luis Martínez, su editor más importante, en cuyas ediciones nunca leímos otra cosa que “pretenciones”. En 1944, el responsable anónimo de la editorial Nueva España, que preparó unas prematuras Obras completas de López Velarde, cambió a “pretensiones”, como si el problema fuera, en efecto, ortográfico. También así procedió, en su respectiva edición, Antonio Castro Leal, y lo mismo hizo en años recientes Alfonso García Morales en la suya.

Como no ignoran los lectores, sólo en unos cuantos casos, todos invaluables para nosotros, contamos con el manuscrito de puño y letra del poeta. Por fortuna, éste es uno de ellos. ¿Qué leemos en él? No “pretenciones”, tampoco “pretensiones”. Con claridad meridiana, Ramón dejó escrito: “presunciones”. ¿No es válido preguntarse cómo es que hasta ahora nadie, picado por una duda nada fuera de lo común, digamos de rutina, hubiera recorrido el pequeño camino que va de una lección extraña a un manuscrito existente y consultable? Vicios, miopías, inercias, usos reprobables de nuestras costumbres críticas.

Con la estrofa reparada, leemos, por vez primera en letra impresa: “Con un hijo, yo perdería la paz para siempre. No es que yo quiera dirimir esta cuestión con orgullos o necias presunciones”. Aunque haya tenido que pasar un largo siglo, hacemos por fin justicia, al menos en ese detalle, a uno de los más singulares y hermosos poemas de López Velarde.

Presunciones, no pretenciones, como se lee con claridad en el manuscrito de López Velarde que custodia la biblioteca de la Academia Mexicana de la Lengua.

Es lástima, pero se ha vuelto imposible celebrar la obra de nuestro poeta sin dar cuenta de la situación que guarda la mayoría de sus ediciones. Pero pongamos a un lado la piedra que hemos encontrado en el camino y pasemos adelante. Y es que una nueva y algo más que justificada y feliz conmemoración emprendemos ahora, la de los cien años que cumple en 2023 precisamente ese libro extraordinario, El minutero. Uno de los números que incluye el programa celebratorio que propone este libro, como saben quienes ya lo han hojeado, es la reproducción fotográfica de su primera edición, aparecida en 1923, dos años después de la muerte de López Velarde (edición particularmente valiosa que muy pocos han visto). Un segundo número tiene algo asimismo de reparación, en este caso de naturaleza no filológica sino histórica.

Villaurrutia, joven, en una de las rejas del centro de estudios literarios que lleva su nombre, y que está en la colonia Condesa de la Ciudad de México. Foto: FF

Cerca del final de su vida, en la segunda mitad de la década de 1940, Xavier Villaurrutia, cuyo nombre permanece ligado al de Ramón entre otras razones por haber sido el primero en entender la verdadera profundidad de su obra, escribió un prólogo para un proyecto de edición de El minutero. Aquel prólogo se publicó en una revista pocos meses después de la muerte de su autor y fue recogido más tarde en el volumen de sus Obras, pero nunca hasta ahora había sido usado para presentar la colección de poemas en prosa de López Velarde, es decir, jamás hasta el día de hoy había cumplido la función para la cual fue concebido. La ocasión de una nueva edición del libro centenario se presenta como inmejorable para hacer que las dos piezas notables, uno de los máximos clásicos de nuestra poesía y el agudo comentario que sobre él redactó el primero de sus grandes lectores, se encuentren finalmente en las mismas páginas.

El minutero, en venta. Foto: Carlos Ulises Mata.

Libro heterogéneo, armado por Enrique Fernández Ledesma a partir de un proyecto del propio poeta, El minutero es sin duda muy diferente al que pudo haber concluido su autor, en el caso de que hubiera tenido la oportunidad de hacerlo. La lista de los escritos que reúne, pero también los que pudieron ser parte de él y quedaron fuera, la definición misma de su naturaleza y la secuencia que les dio su primer editor, todo ello, diez décadas más tarde, bien puede presentarse a nuestros ojos como materia discutible. Lo que está más allá de la discusión es la homogeneidad que resulta de la escritura del poeta y su lenguaje originalísimo, su vívida imaginación y su belleza insólita, todo lo cual se nota aquí y allá en los textos que lo conforman, virtudes que cien años más tarde se mantienen intactas, si no es que magnificadas por la admiración y los argumentos de sus mejores lectores.

Para acompañar apropiadamente esta edición que coloca el prólogo de Villaurrutia donde debe ir y reproduce de manera facsimilar la primera edición de El minutero, hemos acudido a dos de los principales estudiosos de López Velarde de los años actuales. A Carlos Ulises Mata, uno de los más inteligentes investigadores literarios del país, autor de unas imprescindibles Observaciones a las Obras de Ramón López Velarde (edición de autor, 2021), le hemos solicitado un estudio sobre los materiales que aparecieron reunidos por vez primera en ese libro. Sirviéndose de diversas fuentes, algunas conocidas, como el esencial trabajo sobre el tema de Alfonso García Morales, y de otras jamás usadas, como una nota expuesta tras la vitrina de un museo, Mata intenta penetrar en el plan que pudo haber tenido en mente López Velarde y que la muerte le impidió llevar a buen término.

El investigador literario guanajuatense Carlos Ulises Mata. Foto. FF

Explica en su ensayo el crítico guanajuatense el origen del prólogo de Villaurrutia y prepara la mejor versión de ese texto, del que tenemos las dos ligeramente divergentes a que hemos aludido, para este volumen; de paso, aventura un par de hipótesis de quién o quiénes pudieron haberlo solicitado y el momento de la vida del poeta de Contemporáneos en que eso ocurrió, cuando lo movían los esfuerzos crecientes por dar a la poesía en prosa de López Velarde el lugar que había ya conquistado, entre otras razones por sus propios esfuerzos personales, su poesía en verso.

A Luis Vicente de Aguinaga, por su lado, brillante poeta y uno de los principales críticos de nuestra poesía, autor de El ruiseñor de Alfeo. Catorce asuntos lopezvelardeanos (Instituto Cultural de Aguascalientes, 2021), hemos encargado una lectura libre y puesta al día del libro centenario, en sus palabras una obra de plenitud, de índole jerezana, a la que describe como “un mirador con vistas complementarias hacia el placer y hacia la muerte”.

El poeta y crítico tapatío Luis Vicente de Aguinaga. Foto: archivo de L.V de A.

Entre otras cosas, el crítico tapatío nos hace apreciar que el tiempo interno de los poemas (y el tiempo es uno de los temas fundamentales de la obra, como sabemos desde el título) está en conflicto con el orden que les dio su editor original. Aguinaga se pregunta si la relectura del libro podría permitir otra secuencia, e incluso convertirlo en otro distinto, partiendo del contenido de los poemas y las relaciones entre ellos, algunas secretas o poco evidentes, enriqueciendo así nuestra interpretación de El minutero.

La lectura de ambos ensayos, y la del prólogo de Villaurrutia en su contexto idóneo, y especialmente la relectura del volumen centenario, nos hacen sentir que el tiempo no ha pasado en balde. Por una parte, porque podemos constatar el modo en que El minutero se ha mantenido como el primer día, a pesar de su azarosa y tropezada historia, lleno de pasajes sugerentes y perfectos; por la otra, porque confirma que solicita y aun exige nuevos lectores, los que estaban agazapados en el futuro esperando su turno para posar la mirada sobre él, en aquel lugar en donde se halla siempre novedoso, a salvo de las intermitencias temporales. Estamos convencidos de que esta edición de aniversario, además de mostrar la primera edición del libro de López Velarde y de volver a lanzar el prólogo de Villaurrutia, sabrá ofrecer suficientes pistas para que puedan apreciarse algunas de las maravillas que atesora.

Mis colegas y yo deseamos subrayar y agradecer al poeta Marco Antonio Campos, decano de los estudiosos de López Velarde y director de la colección donde se publica este libro, la confianza que ha puesto en nosotros y la libertad que nos ha dado para llevar a puerto, lo mejor que hemos podido, uno de sus más apetecidos proyectos editoriales.

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